Hoy cuando llegué a casa, eran como las 12:30 de la noche, y Zoe no estaba por ningún lado. Entonces me puse a calentar el arroz, y aproveché el tiempo de cocción, para ir a regar las plantas. Mientras regaba, cada tanto, iba llamando a Zoe para ver si aparecía, pero nada. En un momento, la escuché maullar a lo lejos, y rápidamente me di cuenta de que ya era muy tarde para ir a buscarla. Así que entré a casa preocupado, y me serví un plato de arroz con queso. Luego de comer, me sentí culpable por haberle dejado la ventana abierta, durante todo el día, y toda la noche. Comencé a imaginarme a Zoe asustada, sobre el techo de alguna casa, desorientada y sin rumbo. Quién sabe, quizás un perro rabioso y sucio, la haya lastimado, y ahora no puede volver...pensaba trágicamente, mientras la oscuridad de la noche, desparramaba sombras azules a través de los cristales de la ventana. Temí que una inesperada tormenta, la desviara de su camino, y la alejara aún más de mí. Melancólicamente toqué unos acordes en el piano nuevo, tratando de reanimarme un poco. Finalmente con las esperanzas perdidas, fui al baño a cepillarme los dientes. Ya estaba cansado, todo lo que podía hacer, era irme a dormir, dejar la ventana abierta, y esperar ansioso, con cada minuto, que ella regresara a mi lado. De pronto, justo antes de acostarme, escuche el inconfundible maullido gatuno de mi mascota. Me asomé por la puerta del comedor, Y para mi tranquilidad, descubrí que era ella. A la luz del velador, observé que tenía un rasguño en el ojo izquierdo, quizás no había sido tan descabellado pensar que se había peleado con un perro...solo que, claro, los perros no rasguñan. De todas formas estaba feliz de verla, y la abracé cómo un padre celoso, abraza a su pequeña hija, luego de haberla extraviado en una feria saturada de gente histérica.