Introducción.
Ha comenzado a llover. Desde que llegué a la clínica,
siempre llueve. Estoy acostado en la
cama de mi celda. Abandonado a mi suerte, escucho la lluvia caer sobre el
tejado. Y un poco más allá, aparecen los ronquidos de un interno, que está
junto a mi habitación. Me pregunto cómo podría conciliar el sueño, estando bajo
circunstancias tan extremas como estas. Trato de incorporarme y caminar. Me
siento débil y mareado, camino alrededor del cuarto, intentando despabilarme.
Tomo lo último que me queda de agua. Apenas puedo enfocar los ojos. Siento
nauseas, por los medicamentos que me han dado. Esta noche, mí mayor deseo es
volver a recuperar mi libertad. Pero ya ven, estoy postrado en esta cama de
rocas, y apenas puedo ver donde escribo.
Estoy atrapado. Excluido del mundo, marginado de una
sociedad, que ha decidido encerrarme en esta celda. El olor aquí es rancio y
nauseabundo. Pero lo peor de todo, es que no tengo a nadie con quien hablar,
solo me queda este diario viejo y desprolijo.
Por la mañana siguiente, pienso en mis padres. Hubiera
querido nunca haberme fugado de mi casa. Pero ahora es tarde para
arrepentimientos. Lo cierto es que no puedo salir de aquí. Y como están las
cosas, permaneceré algún tiempo más, en esta clínica.
Veo que la puerta de madera, solo tiene cerrojo del lado de
afuera, y los únicos momentos donde la abren, son en las comidas, y en las
horas de medicación. Este lugar, es un verdadero castigo. Cualquier hombre, que
se precie en caminar libremente por la ciudad, sabría entenderlo.
Me gustaría que alguien, viniese a visitarme. Eso me pondría
de buen humor, y me levantaría el ánimo. De suerte que mis familiares, me
trajeron este bloc de hojas, junto con una lapicera azul para escribir, y un
porta minas para dibujar. No sé cuánto tiempo pasaré aquí dentro, pero sin
dudas este diario, me ayudará a seguir mis actividades, al menos, durante mis
próximos días en cautiverio.
Las horas pasan lentas, y ya comienzo a sentirme como una
nuez. Encerrado dentro de esta coraza infranqueable, se encuentra el fruto de
mi razón. Y por lo que a mí respecta, nadie podrá tener acceso a mi interior, a
menos que me den un golpe de verdadera fuerza. Y vaya si me lo han dado. ¡Oh,
que tonto he sido! Miren a donde he ido a parar. Pero debo ser valiente. Sé que
de nada servirá quejarme ahora. Únicamente debo intentar, pasarla lo mejor
posible.
En un rincón, observo un rollo de papel higiénico, que me ha
regalado la enfermera Elizabeth. Aprecio su intención, pero la textura de la
hoja, es tan rasposa y áspera como el papel de un diario. Qué más da. Tendré
que aprender a valorar las cosas, sin pretender lujos, pues en definitiva, esto
es lo único que tengo. Así comienza la historia.
Capítulo 1.
Estoy postrado en una cama. Todas las luces están apagadas,
y aun así, me siento mareado por los efectos de esta maldita medicación, que me
obligaron a tomar.
Es de noche, y encerrado en este cuarto oscuro, no se puede
hacer mucho. Apenas puedo escribir, gracias a una luz celestial, que se filtra
por una pequeña, pero oportuna, rendija de ventilación. Esta noche, mi mayor
deseo, es volver a ser libre. Digo adiós a los anhelos materiales. Solo deseo
ser libre. Libre como los perros, que andan merodeando las callejuelas de un
barrio pobre. Mi deseo es simple, pero los doctores se burlan cada vez que se
los manifiesto.
Demonios. La droga que me dieron, apenas me deja ver donde
escribo. Estoy tan mareado, que ni siquiera puedo identificar a los
psiquiatras, que vienen a entrevistarme. ¿Por qué me han sedado, a que le
tienen miedo? Yo no puedo hacerle daño ni a una mosca.
Me acomodo en la cama. Es como dormir sobre rocas. El olor
en la habitación, es similar al ácido. Esto es producto de los gases que se han
condesado, desde la última vez que oriné en el rincón. Debo conservar la calma.
Solo me resta aguantar, ser paciente, y dejar que el tiempo haga su parte.
Cuando me levante por la mañana, espero sentirme mejor. Necesito
desesperadamente, escribir unas páginas más, en este diario.
Como a las ocho de la mañana, me despierta el doctor Riva.
Me pregunta cómo estoy, y me informa que es posible, que me trasladen a una
enfermería, más cómoda e higiénica, que esta lóbrega mazmorra. Yo asiento
aliviado y agradecido. Así el doctor Riva vuelve a su oficina, y yo me quedo
pensando. Se me ocurre que mi vida, es como una sucesión de hechos que no pude
elegir, y entiendo que por esa razón, es
que acabe revelándome contra el mundo. De hecho, cuando la policía me vino a
buscar, yo opuse cierta resistencia, porque creía firmemente en las decisiones
que había tomado. Y entre nosotros, aun creo en ellas. Quizás por eso terminé
aquí.
Ya ha pasado algún tiempo desde que estoy en la clínica, y
puedo afirmar, que me he transformado en un hombre taciturno. Mi vida aquí, se
ha vuelto rutinaria, dado que ni siquiera puedo hablar con los demás internos.
Me levanto por la mañana, luego me siento sobre mi colchón de rocas, y trato de
no pensar en nada. Pensar en nada es difícil.
Después de escribir, intento degustar la comida que me sirven, para
finalmente hundirme en el interior gozoso, de un sueño evasivo. Ni hablar de
bañarme y afeitarme. Ya ha pasado una semana y no he tenido noticias de eso.
Aún no puedo enfocar bien el renglón cuando escribo, dado
que siguen dándome esa medicación virulenta. En eso, escucho a un interno que
grita desaforadamente por su padre. También pide que lo liberen, golpeando la
puerta, con intervalos de mayor y menor violencia. Debo tomar esta situación
con paciencia, pienso mientras el
interno es contenido agresivamente por los enfermeros. Sé que pronto todo esto acabará.
Me encantaría aprender a dormir como lo hace el paciente del
habitación adjunta. Desde que me desperté por la mañana, que él está ahí,
quietecito sin decir ni una palabra. Mientras tanto yo, voy y vengo, hago y
deshago, me acomodo de mil formas en la cama, pero no puedo conciliar el sueño.
Quisiera saber cómo obtener un poco de paz interior, para calmar mis
pensamientos, y poder dormir.
Durante todo el día, se escucha el televisor encendido en el
canal de música. Y a cada hora, suena un timbre que indica la tarea que se debe
cumplir. Mis padres me trajeron ropa para bañarme, y además, un nuevo bloc de
hojas para poder escribir. A veces me pregunto si me habrán internado por la
manera frenética con la que escribo. Reconozco que pienso demasiado. Quizás
debería relajarme y dejarme llevar. Mi mente también merece un descanso.
Hablando de la mente, me viene un recuerdo. Pienso en
aquella vez que mi prima Gisela, festejaba sus 15 años. En ese momento, yo
debería tener cuatro años. Recuerdo que la noche anterior a la fiesta, yo le
había robado cinco pesos, a mi madre, del cajón de las bombachas. Por ese
entonces cinco pesos era mucha plata. El día de la fiesta, mi primo Martín, y
su grupo de amigos, estaban sentados conmigo en una mesa. Martín debería tener
12 años, aproximadamente. De repente mi primo, hizo una apuesta con uno de sus
amigos. Así fue que yo, agarrando la plata que le había hurtado a mi madre,
golpeé la mesa, y dije. Yo apuesto cinco pesos. Entonces Martín, me agarró de
la oreja, y me arrastró hacia donde estaba mi madre. Pasaron muchos años, antes
de que yo pueda entender, por qué me tironeo de la oreja. Pero hoy comprendo,
que ese fue el castigo por haberle robado a mi madre. De esto aprendí, que todo
lo que va, vuelve. Igualmente, años más tarde, volví a robar. Esta vez fue a
Jenny, una mujer boliviana que limpiaba la casa cuando yo era chico. Supongo
que durante mi niñez tuve ambiciones materiales. Cada vez que veía un juguete
que me gustaba, y que sabía que mis padres no me lo iban a comprar, buscaba la
forma de obtenerlo, sin importar lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
No sé por qué la mente, siempre encuentra la forma de
hacernos sentir culpa por algo que ya pasó. Sin embargo, a medida que voy
creciendo, menos me van afectando los juicios que plantea mi conciencia.
Mientras estoy en la habitación, me acostumbro a estas cuatro paredes, y me
pregunto porque las personas, cuando crecen, tienen la necesidad de vivir en
espacios más grandes.
Elizabeth, me llevó a dar una vuelta por el hospital
privado. Caminamos por un parque, lleno de árboles, y yo, volvía a saborear la
libertad, aunque sólo fuera por unos breves instantes. Finalmente llegamos
hasta un pequeño edificio con varias habitaciones, parecido a un hotel. Allí se
albergaban pacientes más escuetos, que habían tenido buena conducta, dentro del
pabellón. Lo primero que me llamó la atención, fue la higiene del lugar. Todo
era infinitamente más amigable, en comparación con mi horrendo calabozo.
También tenían un comedor luminoso, con televisión por cable. Allí los
pacientes se reunían a jugar a las cartas, y a leer el diario. Qué maravilla
pensé. Es increíble como empezamos a valorar, después de haber perdido. Pero
eso no era todo. Al salir, me encontré con un fabuloso parque, donde uno podía
sentarse a tomar mate, a la vez que los pájaros susurraban una canción
insólita. En pocas palabras, era hermoso, o por lo menos, infinitamente mejor
que la cripta donde me habían encerrado.
En ese momento, se acercaron dos doctores, que yo no había
visto antes, y me dijeron, que era posible que en el transcurso de los próximos
días, me estuvieran trasladando, a esta parte de la clínica. Esa noticia me
puso muy contento, y me brindó nuevas energías, para seguir adelante. Sin
embargo, yo estaba enojado con mis padres, porque entendía que todo este asunto
de la internación, había sido a causa de ellos.
Meses antes de la internación, mis padres, habían empezado a
traer psicólogos a la casa, debido a que ellos veían que yo no estaba bien. Yo
me negaba a recibir a estos psicólogos, porque consideraba que a mi entender,
yo no tenía ningún problema. Pero tal fue su insistencia en traer profesionales
a la casa, que un día, agarré todas mis cosas, las metí en una bolsa de
consorcio, y me fugué sin previo aviso. Javier, un compañero de trabajo, me
acogió generosamente, sin miramientos. Yo le pregunté, si me podía dar
alojamiento por unos días, hasta que consiguiera un departamento donde mudarme,
y él no tuvo problemas. Pero esa misma noche la policía averiguó mi locación, y
no tuve más opción, que ir a la clínica. Por esa razón, yo seguía enojado con
mis padres. Pensaba que si ellos no hubieran insistido en traer profesionales a
casa, nada de esto hubiera pasado.
Durante la mañana de hoy, estuve hablando con tres
enfermeras que vinieron a ver cómo estaba. Yo les dije que me encontraba bien,
y aproveché la situación, para enseñarles un comic que había hecho el mismo
día, que me internaron en la clínica. El comic estaba mal dibujado, pero
contaba en pocas viñetas, lo que había sucedido antes de la internación. Les
gustó mucho, y estuvimos charlando un poco acerca de eso. Hasta que finalmente,
se fueron.
En el transcurso de este último año, había tomado la decisión
de separarme de todos mis amigos, con la única finalidad de empezar a vivir
como un solitario. Pienso que cada instante en la vida, tiene su encanto
particular. Pero sería incompleto si tratara de emularlo en un texto, porque
sin duda que además, es una experiencia sensorial. Hay momentos en donde uno,
no puede expresar la belleza que acaricia al corazón. Es algo así como querer
explicarle a un ciego, como es el color amarillo. Mientras más me esfuerzo en
interpretarla, más me alejo del hecho en sí. De chiquito mi abuelo siempre me
repetía. Lo que cuesta vale. Al principio, no pude comprender la profundidad de
sus palabras. Y me imaginaba levantando una pesada mesa, como símbolo de su
moraleja. Pero con el tiempo, pude descubrir su misterio. Así fue como elegí el
camino del pensamiento libre. El pensamiento, es sin lugar a dudas, más que un
trabajo, es asimismo una responsabilidad. Pero el laberinto de la mente es
sinuoso y escarpado, y si uno no conduce con precaución, es probable que la
misma profundidad de la palabra, nos ahogue. Es simple, a veces el camino
correcto, es el de no pensar.
Por la tarde, me recosté pesadamente en la cama, para
escribir una breve reflexión, que me sostenía al pie de un risco. Es lógico que
los tiempos cambien. Por eso nunca es tarde, para recapacitar sobre uno mismo.
Encontrar que existen otras posibilidades, es a su vez, una forma de ampliar la
percepción sobre las cosas. Abrir los ojos, mirándolo todo, como si fuera la
primera vez, nos ayuda a prevenir el tedio. Como un niño que observa las cosas,
y encuentra siempre un nuevo saber. Evitar ser aquel hombre lastimado, que al
mirar a su alrededor, solo encuentra penas y remordimientos. Entonces pienso.
¿Cómo serían las cosas hoy, si no hubiera cometido tales o cuales desaciertos?
Sin dejar de considerar que detrás de todo error, hay una enseñanza, voy
descubriendo que puedo volver a abrir mis ojos. He vuelto a nacer, en un lugar
en el que nunca he estado antes. Esta es mi casa ahora.
Estoy preocupado por mi empleo, no sé lo que mis compañeros
y mi jefe, puedan pensar de mí. Espero poder salir pronto, de este lugar tan
pero tan nada, en el universo.
Volvieron a darme la medicación. Intento con toda bravura,
sobrellevar la suciedad, y el maltrato injustificado. No se puede hacer nada.
No puedo hacer nada. Estoy atado de pies y manos. Soy humillado como un
delincuente, que está próximo a la crucifixión.
Apenas puedo escribir. Deberían ver el esfuerzo que tengo que hacer para
lograrlo. Es como si se me contrajeran todos los músculos de la mano. Eso sin
contar que tengo que entrecerrar los
ojos, para evitar perder el foco, y hacer al menos, una letra medianamente
legible. En cuanto a las visitas, me dijeron que el jueves de la semana que
viene, vendrán mis padres. Esto no me preocupa, lo que me tiene sin dormir, es
que el doctor Riva, me dijo que voy estar internado por lo menos quince días
más. Quince días, aquí dentro, es una eternidad pensé. Después aproveché la
ocasión, y le dije que me era imposible escribir, con la medicación que me
estaban dando. Así que él me aseguró que la próxima vez, iban a cambiármela por
alguna similar, que no tuviera esos efectos secundarios.
Me quiero ir a bañar. Necesito bañarme. Hacen casi dos
semanas que no lo hago. Pero la puerta siempre está cerrada con llave. No se
imaginan la ofensa que implica, estar así de sucio, y con la comida entre los
dientes. Mientras tanto afuera, alguien termina de lavar los platos. Parece que
va a llover. Oigo soplar un viento húmedo, que luego se filtra por la pequeña
ventana enrejada, de la habitación. Este aire me reanima un poco. Es como
cuando escucho a los pájaros cantar, por la mañana. Eso siempre me reanima.
Tengo miedo, estoy mucho tiempo sólo. La verdad es que no le
deseo a nadie mi situación. El estar encerrado sin ver el sol, y sin poder
hablar con nadie, lleva a que uno se asfixie irremediablemente, en la neurosis
más oscura. Pero no todo es cuesta abajo, porque hoy me han prometido dos
cosas. Un baño caliente, y las visitas de mis padres.
Ya son la una de la tarde. Mis padres ya deberían haber
llegado, pero no hay noticias de ellos. Si no me equivoco, estamos a martes.
Han pasado casi diez días, y aún me faltan cinco más. El tiempo de un hombre
excluido, se estira como un chicle. Transcurre lento, como una respuesta
urgente, que nunca llega. Intento arrimarme a lo insólito, con la esperanza de
encontrar una caricia invisible, que me sobrecoja. Una caricia es lo único que
deseo. No quiero una alfombra de hojas secas, ni tampoco deseo el olor a Jazmín
en mi ropa. No deseo gatos negros en mi cuarto, ni mucho menos frutas dulces,
ni riquezas. Solo quiero que me dejen en paz. Solo deseo recuperar mi libertad.
La puerta está cerrada y yo quiero salir. Sueño con
desaparecer de mí. No ser yo, quien está aquí. Poder caminar hacia algún sitio
sin dirección, dejando atrás este melancólico y hostil, tiempo de presidiario.
Sueño con no ser yo, el que está en mi cuerpo. Porque aquí, y en todos lados,
ya me conocen demasiado. No quiero ser yo, cuando dicen mi nombre. No quiero
ser ese, que tú imaginas, pues ahora, me gustaría empezar de nuevo.
Desde la cama recostado, alcanzo a ver la ventana, no puedo
ver a través de ella, pero alcanzo a observar un rayo de luz que se desnuda
frente a mis ojos, y créanme, que no salgo de mi asombro. ¿Por qué estoy aquí?
¿Porque tanto desengaño, y para qué tanta controversia, por mi estado mental?
Supongo que si estoy aquí, por algo debe ser. Pero nada puedo hacer al
respecto, solo me resta ser paciente. De hecho lo soy. Soy un paciente. Espero
que mis pensamientos, dejen de repetirse, y que las palabras, vuelvan a fluir
de manera natural. Eso sería como regresar oportunamente, a la normalidad. Sin
embargo, no puedo fingir que estoy contento. Aunque trabaje sin entender nada
de lo que está pasando, no puedo evitar sentirme incompleto.
Me gustaría saber, qué clase de medicación me están dando.
Hacen casi diez días que estoy aquí, y aún no he recibido ninguna información.
Por lo menos, me han permitido bañarme y afeitarme. Supongo que por hoy, ya es
mucho. Es bueno sentirse un hombre normal. Ahora me gustaría darle a mis
padres, algunos de mis manuscritos, para que vean lo mal que me están tratando
aquí adentro. Mi vida aquí dentro, se pone cada vez más dura. No me causa
ninguna gracia, que el doctor Riva me deje encerrado en esta fosa, por un lapso
de quince días. Para ese tiempo, yo ya me voy a haber convertido en un vegetal,
y toda mi vida, tenderá a la depresión y al suicidio. A veces me pregunto qué
hubiese hecho, si estaría en el lugar de mis padres. Seguramente sabiendo como
es este lugar, no internaría a mi hijo en esta clínica.
Por la mañana, viene Daniel, el enfermero. Me pregunta cómo
estoy. Yo le digo que me siento desesperado, y que no aguantó más estar
encerrado aquí. Entonces con un tono compasivo, me dice que lo único que puedo
hacer, es procurar buena conducta, y saber esperar. Yo le digo que necesito recibir
visitas, porque me encuentro muy solo, y el silencio, ha cavado muy hondo en
interior. Pero la conversación se hace más densa, cuando le manifiesto que no
estoy de acuerdo en tomar la medicación. Cuando esté seguro de que la
medicación me sirve, la tomaré, pero mientras tanto, no pueden obligarme a que
la tome. Entonces Daniel, me dice que tengo que confiar en ellos, y entender
que es por mi bien. Así que no tengo otra alternativa que tragarme mi orgullo,
junto con la medicación. Justo después de esta charla, me quedo solo. Me siento
abatido, pues la voluntad del mundo se pone nuevamente por encima de mi deseo,
y es inútil luchar contra ella. Es como querer nadar contra la corriente. Solo
me queda ser el conejillo de indias, en esta siniestra prisión. Así que me tomo
la medicación, y por adentro se desata un combate feroz. Estoy convencido de
que no la necesito, y sé que mis padres, son los protagonistas de toda esta
historia.
En vista de mi necesidad de hablar con alguien, los doctores
me dejaron hacer algunos llamados telefónicos. Primero, llame a mi casa, pero
no me atendió nadie. Luego, llamé a mi abuela, y me atendió un contestador que
decía. Esta casa no se encuentra habilitada para recibir esta clase de
llamadas. Y finalmente, traté de llamar con el cobro revertido marcando el
diecinueve adelante, pero tampoco tuve respuestas. Así que volví a la
habitación, con la horrible sensación, de que ningún familiar, estaba
interesado en saber cómo estaba.
Al día siguiente, me permitieron ir hasta la enfermería y
conversar con Daniel. Le conté acerca de los problemas con mis padres, y de
todo el proceso que atravesé antes de entrar a la clínica. Mientras tanto, él
trabajaba separando los medicamentos para los pacientes. En definitiva, tuve la
ligera impresión de estar hablando con una pared.
El día de visita acaba de pasar. Nadie ha venido a
visitarme. Yo, me he esforzado mucho para no sentirme angustiado, pero por más
que trato, no puedo evitarlo. Por la tarde, me permiten caminar por el jardín,
de la parte que está afuera del pabellón. Hay mucha gente internada, más de la
que yo me había imaginado. A pesar de estar encerrado, en una celda tan
inmunda, descubrir el jardín, con sus árboles, plantas, pájaros, y hasta
teléfonos públicos, me pareció un capítulo de otra historia. La luz del sol,
encandiló mis ojos, y me costó mucho trabajo ver con claridad, pues estoy
acostumbrado a la penumbra de mi celda. Lo maravilloso sucedió cuando mis
pupilas, se adaptaron a la refulgencia del lugar.
El enfermero Juan, es un tipo de pocas palabras. Se llama
Juan, igual que yo, y es el que me alcanza la ropa, cada vez que me tengo que
ir a bañar. Otras veces, me alcanza el afeitador eléctrico. Juan, es de
contextura física grande, y tiene una sonrisa agrietada como ninguna antes. Por
las mañanas me trae el mate cocido, y la porción de pan francés. Pero eso no es
todo. En ocasiones, es el encargado de darme la medicación que yo tanto
aborrezco. El doctor Riva, siempre me dice que la medicación, es para aflojar
los músculos. Pero para qué quieren aflojar mis músculos, si yo no soy una
persona violenta ni mucho menos. La verdad, no entiendo la lógica.
Todo está de cabeza, y yo no tengo nada más que una historia
para contar. Me molesta el hecho de saber que cuándo salga de acá, todos me van
a mirar como a un loco solitario. Pero una cosa es la soledad cuando vos la
elegís, y otra cosa es la soledad cuando te la imponen a la fuerza. Por eso
estoy tranquilo, a pesar de mi situación, duermo con la conciencia limpia. Lo
único que me resulta un problema, es encontrarme frente a frente con esta
realidad adversa, que me demanda un coraje desmesurado, para poder
sobrellevarla. Me hiere en el orgullo, estar internado en esta clínica de
locos. Todos los días son exactamente iguales. Vivo casi sin pensar, y sin
hacer nada por nadie, pues nadie hace nada por mí. Sólo deseo que el tiempo
transcurra, para verme al fin, libre de estas ataduras. Pero tengo la impresión
de que antes, debo aprender a cortarlas por mí mismo. Ya sé que si estoy aquí es
por algo, pero la pregunta es. ¿Por qué? ¿Acaso es por haberme fugado de la
casa de mis padres? No, no lo creo, lo que es seguro es que mis padres también
tuvieron que ver con todo esto. Yo supongo que estoy internado, por haber
decidido estar solo. Y cuando digo sólo, créanme que es sólo.
Me molesta que no le permitan a un hombre elegir el camino
que quiere seguir. Pues tarde o temprano, es uno mismo el que llega a la
conclusión, de entender si fue correcto o incorrecto, aquello que eligió. Al
fin y al cabo, las conclusiones siempre se deducen a raíz de una experiencia.
Tengo que reconocerlo, soy la clase de personas que busca encontrar la verdad
por cuenta propia. Siempre he preferido elegir mi propio camino, y no que otro
lo realice por mí. Supongo que mis padres, ya tenían en mente aquello que yo
debía hacer. Y al revelarme contra ellos, eligiendo por mí mismo, no hice más
que despertar su enorme preocupación por mi futuro. Sin embargo, yo no me puedo
arrepentir, porque todo el tiempo elegí lo que quise hacer. Aunque hoy estoy
sufriendo por mi esclavitud, mañana recordaré este suceso, como aquella vez
donde al fin cobre valor para manifestar mi elección.
Los enfermeros, no se han dado cuenta aún, de que no estoy
tomando la medicación. Cuando ellos me la dan, la escondo debajo de mi lengua,
y me trago el vaso con agua. Así cuando se van, la escupo en la rejilla, y
nadie se entera. Yo me pregunto, ¿acaso no se puede tratar a un paciente a
través del diálogo, sin la necesidad de suministrarle una droga? Yo estoy
abierto a escuchar opiniones. Pero lo cierto, es que nadie se acerca a hablar
conmigo, solo me tienen aquí encerrado. Ni siquiera los perros, la pasan tan
mal como yo.
Necesito un poco de compañía, paso mucho tiempo sólo. Y por
más que escriba, y escriba, nunca podré alcanzar a entender las razones de por
qué estoy acá. Tampoco entiendo para qué tomo una medicación. No comprendo qué
cosas funcionan mal, en mi mente.
La buena noticia, es que quizá mañana, me estarán
trasladando a otro sector de la clínica. Allí, seguramente encontraré más
libertad que aquí, dado que hay un gran jardín, un comedor con televisión, y
habitaciones limpias donde poder descansar. También, me han dicho que hay
actividades para los pacientes, y aunque si bien yo estoy interesado en las
actividades artísticas, no puedo negar, que un poco de deporte, me vendría
bien, pues hacen más de diez días que ni siquiera camino. Espero que los
pacientes del otro sector, no sean tan extravagantes como los que están
aquí. Suicidas, homicidas, violadores,
golpeadores, secuestradores, ladrones. En fin, sí que dan mucho miedo. Mientras
tanto, no puedo dejar de pensar en mi tío Héctor. El encajaría muy bien en un
lugar como éste. Para quienes no lo saben, mi tío es alcohólico. La bebida le
ha hecho muy mal, pero no sólo a él, también a su familia, o sea mis primos y a
mi tía. Sin olvidar a mis abuelos, que también viven con él.
Ya deben ser como las siete de la tarde, ahora están
repartiendo la comida. La comida en este lugar es horrible. Anoche me agarró
una fuerte diarrea con vómitos. El vómito fue producto de una acidez, que me
agarró después de comerme una porción de faina, y otra de mozzarella. Pero el
detonante fue una de cebolla con queso, que estaba impasable. Tuve que comerla,
porque estaba hambriento de verdad. El postre no creo que haya tenido nada que
ver, pues fue una gelatina. A veces es preferible pasar hambre, que comer mal.
Me levanto por la mañana, es un nuevo día. Afuera se ha
largado a llover con todo, y yo mientras tanto, me tomo un mate cocido, con un
pedazo de pan francés. Me recuesto en la cama, y me armo de paciencia. Salir de
aquí será cuestión de tiempo.
Al mediodía, me dan para comer arroz con queso, pan, y un
membrillo de postre. Dicen que comiendo esto, me va a parar la descompostura.
Es la primera vez desde que estoy en la clínica, que se preocupan por mi salud.
Al menos es una señal de humanidad. No todo está perdido.
Creo que estoy engordando. Afuera sigue lloviendo y parece
que continuará un largo rato. De vez en cuando golpean fuertes truenos, que me
sacuden de la cama. Pero me gusta la lluvia, porque me hace sentir protegido
por un techo.
Me acuerdo de Ana Clara. Que hermosa que era. Tal vez la
mujer más hermosa que jamás valla a conocer. Siempre me reprocharé, no haber
podido conservarla junto a mi lado. Sin duda el amor, es algo que todavía debo
aprender. Recuerdo una vez que hablábamos por teléfono, y yo le prometí
escribir una canción acerca de ella. Todavía se la debo.
Tengo que pedirle a Elizabeth, una lapicera, porque veo que
está ya se me está acabando. Mientras tanto, sigo esperando el traslado al otro
sector de la clínica.
Por la tarde, viene la enfermera Elizabeth. Yo aprovecho
para pedirle varias cosas. Le pido una lapicera, le pido bañarme, que me den
ropa limpia, y le pido la afeitadora. Ella me dice que no tengo permitido
afeitarme, por cuestiones de seguridad, y que tendré que dejar que un
enfermero, lo haga por mí.
Acaba de cesar la lluvia. Me recuesto sobre la cama de
rocas, y pienso en el pájaro cardenal que tenemos en casa. Se llama Piti, y
está encerrado en una jaula, como yo. Ahora lo entiendo, pobre animal. El
alimento sabe de otra forma, cuando es otro quien lo procura. Quizás por eso a
Piti le costaba comer. Moviéndose solo, de lado a lado, encerrado. Pobre pájaro
cardenal.
Percibo que aun, estando aislado, hay una vida, un misterio
que debo averiguar. Me pregunto qué es lo que me sostiene, aun sin tener nada.
Siento la respiración entrar, y salir. No pienso en nada, sólo me dejo llevar.
Sé que estoy perdido, y aislado. Pero a pesar de estas circunstancias extremas,
hay algo infinitamente santo, que me sostiene del brazo, justo antes de caer al
abismo del olvido. Puedo rehabilitarme con cada instancia, pues entiendo que
hay algo, que me mantiene vivo, y respirando. Hay un vacío que va tomando
forma. Es como la tensión que existe en este estrecho espacio entre nosotros.
Por eso mientras el tiempo va pasando, voy comprendiendo que lo fundamental, es
difícil de ver, porque es invisible. Pero el que sea invisible, no implica que
no exista, o que en su defecto necesitemos de algún elemento extra, para poder
digerir su esencia. El elemento está siempre presente, y no debemos salir a
buscarlo, pues ya está aquí. Me refiero a la respiración. Respirar y exhalar
suavemente poniendo el foco en este algo muy pequeño, es gratificante, pero
escurridizo. Es tan escurridizo, que llegamos a pensar que nos lo han robado.
Pero no, esto es algo que nadie puede robarnos. Esto es algo permanente y
continuo, que está incluido en cada cosa que hacemos. Lo que pasa es que es tan
básico, que nadie puede creerlo. Siento la respiración, y no pienso en nada
más. Esto me mantiene vivo. Me desprendo de todo, no necesito nada más.
Elizabeth me acaba de informar, que me quedaré en esta
habitación hasta el lunes. Lo cual representan seis días más de encierro.
Después de eso, pasaré al otro sector de la clínica. Más conocido por los
doctores, como Alsina.
Acabo de terminar de comer. Elizabeth me sugirió que cada
vez que hablara con el doctor Riva, le planteará la necesidad de ver a mis
padres. Pero yo estoy muy enojado con ellos, no sé si podré hacerlo.
Recién me he levantado de dormir. Me despertaron los
portazos que han estado dando, en la puerta de al lado. La noticia, es que han
venido los enfermeros, y se han dado cuenta de que escondía la medicación
debajo de mi lengua. Así que me han obligado a tomarla. A pesar de que estoy
enojado con mis padres, siento la profunda necesidad de verlos. Necesito
pedirles que me ayuden a salir de aquí. Sin embargo, tengo que reconocer que en
cierta medida, el estar aquí o allí, es exactamente lo mismo. Sólo hay una
pequeña diferencia, la libertad.
El doctor Riva, ha decidido que aún no estoy apto para pasar
al otro sector de la clínica. Pues me ha preguntado qué pensaba de mis padres,
y yo le he respondido que si pudiera hacerles juicio, se los haría. Así que me
han vuelto a encerrar, y me han inyectado un sedante para calmarme. He perdido
la posibilidad de la salir de aquí. Ya casi no puedo escribir, me duermo.
Por la tarde viene Gabriela y Mariana. Me piden ver el
cómic, que dibujé cuando llegué a la clínica. No sé qué información puedan
obtener de mí, analizando este cómic, pero si sirve para aclarar la historia,
bienvenido sea.
La tarde está muy agradable. Tengo puesto un buzo azul, y
aún me resisto a la idea del medicamento. Ellas me dicen que no tengo
alternativa, y que por ahora, estoy obligado a tomarlo. Gabriela y Mariana, me
hablan como dos viejas amigas. Al fin una sonrisa autentica, pienso.
No sé de qué tengo que recuperarme, les digo. Ellas se
miran, y no me contestan. Pero antes de irse, me entregan un paquete de
cerealitas con sabor a banana, y otro paquete de caramelos coutfler. Me alegra
saber que no todos, desean aniquilarme. Saludan, y se van.
Pienso que ahora, de nada sirve escapar. Encuentro de vital
importancia, aprender a permanecer en un lugar. Como el árbol que clava sus
raíces sobre la tierra, para acechar furtivamente, el movimiento leve de las
cosas. Esta es mi actitud.
Por la mañana, Carlos me despierta y me conduce al baño para
que me lave el pelo. Me pide que me peine prolijamente, me da unos consejos al
pasar, y se va. Me quedo solo, una vez más.
En la habitación, no corre ni una mosca. Todo parece muerto,
y yo sin poder salir. No tengo nada para hacer, pero si tengo mucho por
escribir. Porque cuando a uno le privan de su libertad, la única luz posible,
es la que proviene del alma. Todos los días, escucho desde mi celda, como pasan
lista en la sala, nombrando a cada uno de los internos, por orden alfabético. A
medida que los van llamando, ellos se acercan a tomar la medicación. Yo había
tenido la posibilidad, de estar en ese comedor, junto con los otros internos.
No en Alsina, si no en el otro comedor, donde están los peores locos. Allí las
personas, siempre te quieren dar la mano, para pedirte después, un cigarrillo.
Los cigarrillos en esta clínica, son lo más difícil de conseguir. Para obtener
un atado, es crucial tener buen comportamiento, pero nadie sabe comportarse.
Una, o dos veces a la semana, viene un hombre con una caja llena de
cigarrillos, y las reparte entre los pacientes. Para los internos, es la única
divinidad en la que se puede creer. Es el santo del tabaco. A mi poco me
importan los cigarrillos, dado que soy asmático, y no puedo fumar. Si el santo
del tabaco viniera a verme, le pediría que me saque de aquí.
Por la tarde de hoy, el doctor Riva me llevó a su
consultorio, y me mostró dos fotos de Marte, que legitimaban formas posibles de
vida. Una de esas imágenes, era una calavera. Y la otra, un charquito de agua,
que había en uno de los cráteres del planeta. Yo supongo que me quiso dar
entender, que no estábamos solos en el universo. Una deducción absurda, para
una persona ermitaña como yo. Esto no significa que desprecie a las demás
personas, le dije. Usted debería saber mejor que nadie, que yo quiero estar solo.
¿Acaso no tuvo suficiente, encerrándome en esa cueva? Me gusta la soledad, como
medio para entender lo que soy. Es simple, no entiendo como no pueden
entenderlo. El doctor se quedó mirándome en silencio. Yo lo miré unos segundos,
y luego le dije. Mi abuelo Rodolfo, cuando yo era muy chico, me narraba
historias de extraterrestres y marcianos. Me divertían las historias, me hacían
dormir. Solo que eran muy fantasiosas, aun para un chico de mi edad. ¿Usted
espera que yo crea en esto ahora? El doctor se echó a reír, y me dijo que había
leído algunas cosas de mis diarios, y que le habían gustado. Luego me preguntó.
¿Aprendiste algo de todo esto? Yo le pregunté de qué, y él me dijo, de tu
estadía en la clínica. A sí, le respondí. Aprendí que yo no necesito de nada
para vivir. Y que quizás, lo esencial, es tener un trabajo para sustentarme,
fuera de eso no necesito de nada más. El doctor, esgrimió una mirada absorta, y
no contesto nada. Luego le pedí, si podía conseguirme lápiz y papel, para
escribir. Él me dijo que sí. Así que me regaló un pequeño bloc de hojas.
Mientras charlábamos, un paciente que estaba esperando en la puerta le dijo. ¿Y
a mí no me atiende? A lo que él respondió, sólo a mis pacientes más enfermos.
Segundo día de visitas. Mis padres han venido, pero yo no he
podido verlos. En cambio, me han traído otra bolsa con diferentes cosas.
Algunas lapiceras, crayones de dibujo, y otro bloc de hojas para escribir. Me
llegan estos regalos de parte de mis padres, y pienso. Fueron los mismos que me
pusieron aquí. Después de quince días, es la primera noticia que tengo de
ellos. Ya no es más que pensar. Recibir estos regalos, me pone contento. Porque
de alguna manera, son necesarios para que yo pueda trabajar, y poner mi cabeza
en algo. Pero por otra parte, me cuesta perdonar a mis padres, porque entiendo
que habían otras formas de encarar el asunto. Y ahora, al haberme internado, me
han marcado para siempre. Frente a mis amigos, frente a mis compañeros de
trabajo, frente a mis familiares, frente a todos. Hoy por hoy, no puedo salir
afuera de esta habitación. Estoy tomando medicación tres veces al día, y
ninguna de las personas que están aquí, puede ayudarme. Lo único que puedo
hacer, es estar bien, tratar de estar bien. Me cuesta mucho, hacerle un margen
a mis pensamientos, y decirles lo que ellos quieren escuchar. Pero sé que es
necesario. Primero para que el doctor Riva me conceda ver a mis padres, y
segundo, para poder pasar al otro sector de la clínica. Al pabellón llamado
Alsina.
Voy al baño y hago líquido. La comida aquí es terrible. Creo
que lo que almorcé el otro día, fue lo que me hizo mal. Tortilla de verdura, y
de postre, un huevo de chocolate, por las pascuas que se festejan este fin de
semana. Que linda atención.
Yo estudio la soledad de un hombre, porque me parece que es
allí, donde más estable se vuelve una persona. Hacia el mediodía, un enfermero
pelado, vestido con delantal blanco, se asoma por la ventana de mi habitación,
y me pregunta. ¿Cómo estás? Yo le digo que bien, porque particularmente disfruto
de la soledad. Le digo que esto me permite concentrarme en lo que escribo.
Entonces él me dice. Me alegro, si eso te pone feliz. ¿Te puedo dar un
consejo?, me dice. Yo le digo que sí, claro. Cuanto más tranquilo estés, más
rápido vas a salir de acá. Bueno le digo, te lo agradezco. Ya van a hacer
veintiún días que estás en la clínica, y lo primordial aquí, es hacer como que
no te querés ir a nunca. ¿Entendés? Si entiendo, pero no es fácil, contesto
mirando al piso. Igualmente no te preocupes, mañana te traigo más información.
Así se despidió el pelado, dejándome la puerta abierta de la habitación. Pero
fue muy pronto para sentirse libre, por qué dos personas que pasaron caminando,
me cerraron la puerta de golpe.
Llega una enfermera, compañera del doctor Riva, y me
pregunta cómo estoy. Para ser más específico, me dice. ¿El doctor Riva quiere
que te pregunte cómo estás? Entonces yo respondo. Estoy bien, por la mañana me
levanté con fuerza y estuve escribiendo un buen rato. Le digo que como me gusta
la soledad, no me siento tan mal. Pero prefiero la soledad, cuando la elijo, no
cuando me la imponen. Según el doctor Riva, lo malo que tengo, es que soy muy
ansioso. ¿Usted cree que yo soy ansioso? Ella no contesta.
Capítulo 2.
Pronto el tiempo, es como un polvillo que flota en la nada.
Pronto el espacio, es sólo una imagen sin contenido. Pronto el estar aquí,
significa estar en otro lado. Pronto el estar despierto, es como estar soñando.
Pronto lo que parece muy valioso, no cuesta nada. Pronto aquellos que decían
conocerte, se olvidaron de ti. Pronto nadie te paga dinero, por tu trabajo. La
vida para mí, en este momento, consiste en hacer de la realidad, algo menos
agresivo, y hasta dulce, si fuera posible.
Por favor tráiganme algo, acuérdense de que estoy aquí. Por
favor, alcáncenme una sonrisa, un beso, por favor no se queden allí, como si
nada estuviera pasando. No me tengan miedo, acérquense. Cuéntenme algo bonito.
Tengo la horrible sensación de que ya nadie piensa en mí. Me siento naufragando
en el océano infinito. Atrapado en la quietud del tiempo. Voy buscando entre
los rincones, algún consuelo que justifique mi vida. Sólo me queda la noche
para dormir. La salvación de un sueño, que llega para curar las llagas en mi
corazón. De nada me sirve estar aquí, si no me recompongo. La herida que la
soledad abrió en mi interior, estoicamente será sanada. La pregunta es cuándo.
Comienzo a entender, por qué la gente escapa a la soledad.
Todos, necesitamos ser atendidos por alguien que nos escuche. Y cuando eso no
sucede, el discurso se hace ruido en el desierto. Me pregunto. ¿Por qué uno
comienza a valorar, después de haber perdido? Ahora más que nunca, quisiera
encontrarme con mis padres. Necesito charlar, acerca de todo lo que ha pasado.
Yo sé que esto está mal, que no debería estar aquí. Lo único que me queda, es
el consuelo de saber que yo lo elegí. Que fue mi culpa. Debo tener paciencia, y
aprender a esperar. Porque las respuestas más urgentes, siempre llegan con el
tiempo que nadie advierte.
Me levanto por la mañana. Me pongo las medias, las
zapatillas, y el buzo. Hace una semana, que no me baño, ni me lavo los dientes.
Este lugar es así. Uno va perdiendo todos sus derechos lentamente, hasta
quedarse sin nada. Ahora ensayo un discurso. El doctor Riva, es conmigo, una
excelente persona. Yo me pongo muy contento, cuando viene a visitarme. Ahora
mismo, me gustaría verlo, para que me dejara hablar con mis padres. Si entonces
viniera, le diría. Doctor Riva, hay algunas cosas que me gustaría saber con
respecto a mi vida. Por ejemplo. Me gustaría saber si mi trabajo está a salvo,
o se ha perdido. No sé si sería usted tan amable de concederme un baño. Si no
es mucho pedir, me gustaría lavarme los dientes. Dicen que la higiene personal,
recompone el buen humor. Sabe usted, cuando me miro al espejo, y me veo sucio y
desprolijo, tengo la impresión de haber hecho algo malo. Usted cree que soy una
mala persona doctor. Le contaré un secreto. Cuando pienso en mis padres, y en
mis hermanos, la nostalgia de lo perdido comienza a invadirme. Es como si el
mundo se derrumbara alrededor de mí, y una gigantesca daga se clavara en mi
pecho. Ayúdeme doctor. Dígame si esta cárcel, es una prueba más que debo
superar. No deseo quitarle tiempo valioso doctor Riva. Pero me preocupa mi trabajo.
Si lo perdiera, tendría que empezar todo de cero. Quizás con mi cámara de
video, y la computadora que me he comprado, podría filmar fiestas, o hacer
videos de casamientos. ¿Usted está casado? ¿Podría filmar su fiesta? Pero no
debo apresurarme, aún no he perdido las esperanzas. Debo estar tranquilo, y no
ser pesimista. Acaso no se ha dicho, que lo que no nos mata, nos hace más
fuertes. Tal vez la maestría de un hombre, esté en la forma de categorizar los
sucesos azarosos, que aparecen súbitamente en su vida. Tanto los que van por
dentro, como los que van por fuera. Todos son importantes. No sé dónde lo he
escuchado Doctor, pero también dicen, que cuando uno se ayuda a sí mismo, casi
sin quererlo ayuda a los demás. Gracias por su tiempo Doctor, espero no haberlo
molestado con mis problemas.
Le pedí a Carlos el enfermero, si podía bañarme. Ya hace una
semana que no lo hago. Comienzo a darme cuenta, de lo importante que es
mantenerse limpio. La higiene ayuda a que uno se sienta más humano.
Así que voy caminando por el pasillo hasta el baño. Parece
mentira pero la experiencia de salir de esta jaula es preciosa. Abrir la ducha,
es como un bautismo en estas circunstancias. Como extraño la libertad, pienso
mientras me enjuago la cabeza. Descubro que estoy perdiendo mucho pelo.
Deberían ver mi almohada y las sábanas. Todas llenas de pelo. No sé si pierdo
pelo por los nervios, o por qué hace mucho tiempo que no me baño. Además, mi
aliento tiene un hedor fuertísimo. No es justo que me tengan así. No tengo
pijama, por eso duermo con la ropa, y mis calzoncillos, son los mismos desde
entonces.
Ya no me niego más a tomar la medicación, he decidido que lo
mejor que puedo hacer, es obedecer a todo lo que me piden los doctores. Tal vez
así, salga más rápido.
Después de bañarme, los enfermeros me encierran de vuelta en
la habitación. Yo me quedo sentado en mi cama, mirando la pared blanca. Y
aunque respiro suavemente, jamás en toda mi vida, atravesé por un dolor más
grande que este. Pero debo ser prudente, porque si abro la boca, es posible que
comiencen a darme medicaciones más fuertes. Hacen ya veintidós días, que estoy
en esta celda. Pero parece como si hiciera un año. He aprendido el arte de
meditar, no por gusto, sino por necesidad. Necesito darle un descanso a mi
mente, y dejar que los pensamientos fluyan, sin oponerme a ellos. Con la
meditación, puedo encontrar mi silencio interior. Eso me devuelve tranquilidad,
separándome del caos y la confusión, que rige en esta clínica. Un enfermero
anónimo, pasa furtivamente y deja abierta la puerta de mi celda. Ya tengo
acceso libre para ir al baño. Esto parece insignificante, pero lavarme los
dientes y bañarme cada vez que quiera, es al menos, un paso más. También tengo
la posibilidad de ir al comedor central. Allí hay un televisor, pero también
están los demás internos, y en este momento no se si estoy en condiciones de
hacer amigos. En este lado de la clínica, los internos son los peores, prefiero
estar solo, antes que estar con ellos. No lo digo por simple prejuicio, sino
porque tengo la experiencia de haber tratado con ellos, y créame, no es fácil.
Elizabeth me dijo esta tarde, que mis familiares iban a
venir a visitarme. Debo refrescarme y tratar de aparentar lucidez. No quiero
que me vean mal. Cuando venga el doctor Riva, le voy a pedir que me dé una
segunda posibilidad, de ir al otro sector de la clínica. Al pabellón llamado
Alsina. Le diré que ya no siento odio contra mis padres, pues comprendí que
estoy aquí por mi culpa, y no por la de ellos. Los doctores me han dicho que vengo
portando me bien. Esto facilitara mis demandas. Ya no quiero que vuelvan a
inyectarme ninguna droga. ¿Pues como un narcótico, podría enseñarme como debo
actuar?
Mi situación me recuerda a la película “Mar adentro”. La
historia habla sobre la vida de un escritor tetrapléjico, que lleva adelante
una feroz lucha por vivir. Desde su cama, va escribiendo con su boca, hasta que
finalmente pasado veinticinco años en esas condiciones, se quita la vida.
Imagínense, para mi hacen solo veintidós días que estoy aquí encerrado, y aún
con la facultad de poder mover todas mis extremidades, me siento destrozado.
Pasar veinticinco años en una cama, y tetrapléjico.... habrá sido
indescriptible el dolor de ese hombre, me da vértigo el solo pensarlo. Tal vez
el doctor Riva tenga algo de razón, cuando dice que yo soy muy ansioso. Porque
yo quiero mi libertad, ahora mismo.
Me han permitido afeitarme y bañarme. Pero me he tenido que
lavar la cabeza, con un jabón que me dio Josefa, la mujer del guardarropa. Dado
que el champú, el desodorante, la pasta dental, y el cepillo de dientes, han
quedado en el bolso azul, que dejaron olvidado en Alsina. Al salir del baño, me
dieron algunos alfajores y golosinas, que me han enviado mis padres. Es la
única noticia que he recibido de ellos en veintidós días. Me pregunto por qué
no me dejan ver a mis padres. Ya no estoy enojado con ellos. Según me dicen,
mis padres, vendrán mañana o el martes. Mientras tanto, yo me iré a dormir,
para que el tiempo pase más rápido. Lo único agradable que me queda, es el
sueño. Quizá no soporte esta soledad, porque esta soledad, es diferente. Esta
soledad, es estar enjaulado. Aún no domino el arte de la meditación, me cuesta
detener mis pensamientos y relajarme. Pero me esfuerzo por mantener la calma.
Créanme que me esfuerzo.
En el pabellón de Alsina, puede que tenga algunos derechos
más que aquí. Como por ejemplo, tener la posibilidad de ir y venir por los
diferentes rincones del parque, hablando con personas aparentemente más
normales que estas, ya es un privilegio. Necesito recibir la mano afectuosa del
ser humano, aunque sólo provenga de un interno. También, necesito de alguien
que pueda escuchar mis penas, aunque no las entienda. ¿Pero a quien podría
interesarle la vida de un marginado? Yo los entiendo, pues uno ya tiene bastante
con su propia desgracia.
El doctor Riva, debería comprender que no pido mucho. Solo
quiero que me saquen de esta habitación. Necesito volver a ver el sol, y los
árboles. Ahora entiendo que miente quien dice que con escribir, se pueden curar
las heridas. Pues hace tiempo que vengo escribiendo, y aún sigo sufriendo
igual, o peor. Quien tiene problemas en su vida, no los resolverá sólo con el
acto de escribir. También se necesita autocritica, para poder enmendar los
errores. Yo, aquí dentro, me he vuelto preso de la escritura. Todo lo que hago
en esta celda, es escribir. Y aunque no alcance a entender los motivos que me
trajeron aquí, no puedo hacer otra cosa que escribir sobre mi sufrimiento. Sea
lo que fuere que haya hecho, habrá sido muy grave como para decir encerrarme en
esta celda. Recuerdo cuando iba caminando por la calle, desbordante de
felicidad y alegría. Que días aquellos. El solo el pensarlo me hace sentir
mejor. Me resisto a tener que abrir mis ojos por enésima vez, y encontrarme
aquí de nuevo. Aislado del mundo como si fuera una amenaza para los demás.
¿Cómo podría alguien que ha conocido la libertad, encontrarse a gusto con el
encierro? ¿Cómo podría?
Por la tarde, ya me encuentro más tranquilo. He estado en
silencio durante largo rato, y eso me ha ayudado, a equilibrar un poco mis
emociones.
Son las ocho de la mañana, y ya han comenzado a pasar lista
otra vez. La señora Nelly, va llamando nombre por nombre, y los pacientes, van
a tomar su medicación. Se escuchan bostezos y algunas blasfemias. Yo me levanto
sobresaltado. No estoy habituado a esto. Nadie en su sano juicio, podría
hacerlo. Este lugar es lo más similar a una cárcel, ya lo he dicho en varias
ocasiones. Para mí este lugar, es la desolación del alma. Un desierto, por
donde van naufragando los cuerpos, mendigando un poco de paz espiritual. A mí
me es muy difícil soportarlo. Dado que estoy acostumbrado al cariño de mis
padres, y al afecto que en general, me tiene mis hermanos. Yo siempre me digo a
mí mismo, que esto es como una pesadilla de la cual quiero despertar. Pero por
más que me pellizque, es demasiado real. No puedo negarla. Aquí paso la mayor
parte del tiempo en silencio, y apenas puedo moverme, sólo tengo mi habitación
y el pasillo, para caminar. Además de mi celda, hay otras cuatro habitaciones
idénticas a la mía, pero con la diferencia de que ellas tienen las puertas
cerradas. Me siento un privilegiado, pues tengo la libertad de ir al baño cada
vez que quiera. No es un sarcasmo. Ya he sufrido esa situación, mucho tiempo. Si
a uno le venían ganas de ir al baño, debía aguantarse hasta que un enfermero le
abriera la puerta. Pero los enfermeros nunca están cuando se los necesita. Lo
sé, porque he tenido que aguantarme durante horas, antes de que alguien, me
abriera la puerta. En algunas ocasiones, hasta he tenido que hacer mis
necesidades en la celda, para dormir luego, bajo el olor rancio de la orina.
Créanme que es horrible. Los enfermeros, venían como siete veces en el día. De
las cuales cuatro, eran para la comida, y otras tres, eran para la medicación.
A mí ya me habían dicho que me estaban retirando la medicación. Pero yo sabía
que eso no era cierto, sólo lo decían para mantenerme calmado.
Últimamente, he hablado con el doctor Riva, indicándole que
errar es humano, y perdonar, es divino. Le dije además, que sin amor, un hombre
no puede vivir. Así me siento yo, como un hombre sin amor. Pero el doctor Riva,
no parece prestarme atención. Es como si lo que le dijeran, le entrara por un
oído y le saliera por el otro. Sin duda, es un psiquiatra entrenado para
hacerse el sota.
Nadie maneja el timón de este barco. Solo me queda vivir el
día a día, sin pretender demasiado. Por el momento, me mantienen en pie las
pequeñas actividades que hago diariamente. Cambiarme de ropa, cepillarme los
dientes, bañarme, comer, y charlar con los médicos. Todos mis sueños e
ilusiones, se han desvanecido, y ahora tengo que jugar el juego que ellos
quieren. Desde que estoy en la clínica, noto que el tiempo, transcurre de
manera distinta al tiempo de la ciudad. Todos mis movimientos, son minúsculos e
imperceptibles, en relación a los movimientos de la urbe. Es increíble cómo
cambia la vida de un hombre, cuando vive sin hacer nada. Es como ir
descendiendo lentamente, hacia el abismo interior. Explorando los miedos, y
conviviendo con la gigantesca miseria, del extremo aislamiento. Pero debo tener
fe. Pues de todos modos, la realidad denota un trayecto, un recorrido. Es como
ir caminando por el medio del desierto. No hay nada atrás, ni tampoco adelante.
Todo parece lo mismo, y por más que camine y camine durante horas, parece como
si siempre estuviera en el mismo lugar. Muchos en mi situación, estarían
tentados a tirarse sobre la arena, y a dejarse morir. Pero yo no. Porque sé que
cuanto mayor sea mi sed, con más gusto beberé el agua.
Hablé con el doctor Riva, y me dijo que para mañana martes,
o que para pasado miércoles a más tardar, me iban estar consiguiendo una cama
en Alsina. Esta noticia me pone muy contento. Al fin mi ciclo en este pabellón
está terminando, al fin saldré de "hombre nuevo".
Capítulo 3.
Todo fue mucho más rápido de lo que imaginaba. ¡Al fin estoy
en Alsina! Éste es un avance para mí muy importante. Quien sabe, quizás en
algunos días me den el alta. Además he podido hablar con mi madre. Pueden
creerlo, han pasado treinta días sin saber nada de ella. Ahora ya me siento más
aliviado.
Salgo al jardín, para limpiar mis pulmones de todo el
encierro que han estado inhalando. Me quedo sentado un buen rato, y observo
cómo los demás pacientes, se reúnen a escuchar la radio y a tomar mate. Otros
como yo, simplemente están sentados en los bancos, con la mirada perdida en la
nada. El día está fresco. Hay mucho espacio verde. En el centro de la plaza,
hay un jarrón con flores. Cuanto hacia que no veía flores. Todo parece nuevo
para mí. Éste es un bonito lugar para sentarse a meditar. A veces la meditación
resulta mucho más efectiva, cuando el lugar es agradable. Estoy contento, por
haber salido del pabellón llamado "hombre nuevo". Pero me preocupa
pensar que otro, ha entrado en mi lugar. Lo mismo sucede con la vida, uno
supera una situación, mientras que otro está enterando en ella. Me pregunto,
¿qué consejo podría darle, a quien ahora está pasando por la misma situación
que yo pasé? Quizás escribir, es una
forma de no perder la experiencia ganada. Me sentiría muy bien si mi ejemplo
pudiera ayudar a otro.
Hoy por la mañana, fui averiguar por un taller donde se
puede dibujar libremente. La profesora se llama Mariel. El taller parece
bastante estúpido, nadie se toma las cosas en serio. Quizás el problema sea yo,
dado que no puedo integrarme al grupo. Admiro a las personas que tienen la
facilidad para interactuar entre sí, porque no dejó de reconocer, lo mucho que
me cuesta. En el taller, las personas conversan
y sonríen. Mientras tanto yo estoy abstraído en el dibujo. Desde que
estoy aquí, que no hablo con nadie, solo platico con los enfermeros, o con
algún que otro médico.
Más tarde, voy al consultorio del doctor Mancilla. Aprovecho
para preguntarle, cuál es la función que tiene la medicación. Pues desde que la
estoy tomando, tengo palpitaciones y me tiembla la mano. Él me dice, que eso,
no tiene que ver con la medicación, sino más bien con mi ansiedad. Otro más que
me dice que soy ansioso. Me explica infantilmente que la medicación, es para
curar los dolores del alma. Yo frunzo un poco el ceño, y después le cambio el
tema. Le pregunto si hay noticias de mi trabajo. Él me dice, que puedo quedarme
tranquilo, porque al ser yo un municipal, se consideran los días perdidos, como
licencia por enfermedad. Eso me devuelve la calma. El doctor Mancilla, me dice
que la medicación que estoy tomando se llama Queteapina. Es un antipsicótico, que ha salido
recientemente, me explica. Así que según la medicación, soy un psicótico. ¿Cuánto
más defectuoso puedo ser?
Después de estar un mes encerrado, mis padres vienen a
visitarme. Nos sentamos en la mesa del comedor, y nos miramos un buen rato.
Como siempre, yo me encuentro guarecido en el silencio. Es increíble lo que el
encierro, ha generado en mí. Ellos se preguntan cómo estoy, y yo les digo que
bien, tal vez un poco confundido por las vicisitudes que tuve que atravesar.
Les hablo del pabellón, donde estuve internado, y les cuento acerca de las
condiciones en las que me tenían. Mis padres parecen estar sorprendidos. No se
habían imaginado lo horroroso, que este lugar podía llegar a ser. Después de
conversar un largo rato, mi padre me dice que me ve mucho mejor de lo que
esperaba. Esto me pone contento, realmente tenía ganas de verlos, tenía ganas
de verlos, y de charlar con ellos. Finalmente les doy un fuerte abrazo, y
vuelvo a mi habitación. Aún no sé cuánto tiempo tardarán en darme el alta.
Por la tarde, después de afeitarme y de comer un trozo de
pan, voy al baño a darme una ducha. Esto era lo último que me faltaba para
recuperar mis energías. En este tramo de mi vida, sigo sin hablar mucho. Me
siento conforme con estar en silencio, aunque no dejo de admirar a las personas
que pueden interactuar con otras.
Esta noche soñé con Verónica. Me levanté como si alguien me
hubiera querido de verdad, y me sentí bien. Entonces fui hasta el comedor, y
desayuné mate cocido con dos trozos de pan francés. Ahora estoy en el comedor.
Sentado en una mesa de plástico con sillas de plástico, observo el televisor
colgado en uno de los vértices de la sala, emitiendo permanentemente el
informativo. Mientras desayuno, me detengo a ver a dos personas mayores de
edad, un hombre y una mujer. Se miran el uno al otro, pero ninguno de los dos
habla. Aunque por fuera están en silencio, por dentro se deshacen en el caos.
Lo sé, porque a mí me pasa lo mismo.
Vuelvo a mi cuarto, cansado de tanto silencio. Y entonces me
pregunto. ¿Qué hago yo en este hospital de locos? En mi vida anterior, yo iba y
venía, organizando mis tareas, como a mí más me gustaba. Recuerdo que estuve a
punto de encontrar un departamento, para irme a vivir sólo. Ya había conseguido
el dinero del depósito, y sólo faltaban algunos días para concretar la
operación. Pero entonces en un abrir y cerrar de ojos, aparecí internado en
esta clínica. ¿Alguien vio la matricula del auto que me arroyó? Me cuesta
aceptar toda esta situación, pero no tengo otra alternativa que continuar con
mi rutina. No hay mal, que por bien no venga. Así dicen.
Aunque aquí adentro está lleno de gente, yo sigo solo. No
hablar con nadie, es tal vez, uno de los mayores problemas que tengo. Me
pregunto si yo elegí ser así. Quizás esto es lo que estaba buscando.
Ahora estoy descansando en la cama de mi habitación. A mi
lado hay un gran ventanal que da hacia el jardín. Es hermoso, pienso. Trato de
relajarme respirando hondo. Estoy con una crisis de asma. Los doctores me
prohibieron comer chocolate, así que únicamente me consuelo con pan, y mate
cocido. Más tarde, tengo que ir al taller de dibujo, pero no sé qué voy a
dibujar.
Vuelvo del taller de dibujo. He realizado algunos dibujos
sobre Aquila Cristal, un personaje de historieta que he creado en mi infancia,
y que aún hoy sigo esbozando. De cualquier forma, no hay que estar muy
despierto, para entender que aquí no hay ningún interés por el arte. Pues
muchos de los internos que van al taller de dibujo, se la pasan tomando mate y
charlando, sin atender nunca su tarea. Sólo éramos dos personas las que
dibujábamos. En un instante, comencé a sentirme reflejado en la otra persona.
Él también era callado. Dibujaba solo, sin despegar la cabeza del papel.
Cualquiera hubiera podido notar que una persona que guardaba ese silencio,
escondía en su interior problemas especiales. Problemas que una persona
charlatana, jamás entendería. Me pregunto si de afuera, me veré igual a él.
En este pabellón, ya podemos afeitarnos nosotros mismos. En
el edificio, hay solamente un espejo que está bajo la supervisión de los
enfermeros. Por lo cual, siempre hay que pedir permiso para afeitarse
utilizando el espejo. Ellos dicen que el espejo, es un elemento que podría
romperse, y lastimar a alguien. Mientras me miraba en él, no podía dejar de notar
cierto aire de austeridad. Sentí como si hubiera estado envejeciendo, a mayor
velocidad que de costumbre. Hace mucho tiempo que no me río, y mi cara, se ha
endurecido. Comienza a resultarme difícil gesticular. Pareciera como si todos
los músculos en mi rostro, se hubieran vuelto de piedra. Luego de afeitarme,
salgo a caminar por el parque. Realmente hay mucha vegetación aquí. Miro la
gente, y pienso. Es bueno saber que hay vida en este cementerio. Eso sin contar
los pájaros y los gatos, que andan merodeando por toda la clínica. Más
adelante, hay un teléfono público. Me gustaría llamar, pero no tengo monedas.
Me siento en una banca, y abro el libro que me regaló mi hermana. Mitología
griega y romana, de Thomas Bulfinch. Me gusta leer, aunque no me interesa
retener la información. Solo leo para distraerme un rato.
He averiguado los motivos, por los cuales han internado a
mis compañeros de habitación. Ignacio me ha dicho que estaba aquí, porque había
tenido tres intentos de suicidio. Ignacio es de esas personas, que necesitan
hablar, mientras van organizando sus cosas. Marcelo está aquí, por una psicosis
de guerra. Marcelo al igual que yo, está escribiendo un diario, aunque nada
tiene que ver lo que escribo yo, con lo que escribe él. Según me ha dicho, él escribe
sobre física. Finalmente Alfredo, había recorrido la selva del África, y nadie
había sabido de él durante mucho tiempo. A mi entender, esto no parece
suficiente motivo para internar a alguien, pero yo no soy doctor. Alfredo, debe
tener aproximadamente treinta años, y a pesar de que no hace mucho tiempo que
está internado, se angustia por estar aquí encerrado. Ahora él observa como
escribo, y me pregunta. ¿Cómo podes estar tan relajado? Yo le respondo. No
tenemos otra alternativa más que relajarnos, porque si nos dejamos invadir por
la ansiedad, tardaremos más tiempo en salir. Alfredo se acomoda en la cama, y
suspira.
Ayer por la noche, mientras cenábamos en el comedor, pude
ser consciente por primera vez del efecto que la medicación, generaba en mi organismo.
Mientras cortaba la tarta de jamón y queso, sentía los movimientos de mis
manos, llevar a cabo la tarea, de forma muy lenta. El tiempo se estiro
indefinido, como el queso derretido en mi plato, y yo me quede desconcertado,
mirando. Marcelo que estaba sentado a mi derecha, me dijo algo así como. ¿Te
vas dando cuenta? En ese momento, me acordé de mi abuelo Cándido. Cada vez que
cenaba con él, lo miraba cortar la comida, muy lentamente. Luego, hacia una
pausa infinita, y bebía su terma, como si degustara cada trago.
Me fui a dormir, con una ligera sensación de bienestar. Me
había gustado esa lentitud del tiempo, pero me preocupaba el pensar, que todo
esto hubiera sido generado por la medicación. Por la noche, mientras dormía,
tuve un ataque de asma con palpitaciones. A mi entender, fue producto de que
había comido demasiado. Estuve entonces, como hasta las cinco de la mañana, sin
poder dormir. Pero finalmente, una enfermera, me hizo una nebulización, y pude
volver a la cama. Así que a la mañana siguiente, llamé a mi padre por teléfono,
y le solicité que la próxima vez que viniera visitarme, me trajeran un
ventolín. Más tarde, fui a hablar con la enfermera de guardia, Gabriela, por
este tema. Ella me pregunto si era alérgico, yo le dije que sí, pero que no
debía preocuparse, dado que ya había hablado con mis padres, y en los próximos
días de visita, iban a traerme el ventolín. Sin embargo, ella me advirtió que
no podría tenerlo en mi poder, dado que toda medicación ajena a la clínica,
debe estar en manos de los enfermeros. Así que cada vez que yo quiera valerme
del ventolín, tendré que solicitárselo al médico de guardia.
Estos últimos días, pude encontrar cierta relajación estando
sentado sobre mi cama. A veces ejercito la meditación, filtrando de esa manera, mis preocupaciones.
Marcelo Sosa, mi compañero de cuarto, también hace meditación. Así que después
de todo, no soy el único loco en la clínica. Marcelo se sienta sobre la cama,
con las piernas cruzadas, y los ojos cerrados. Después respira profundamente,
concentrándose de tal forma, que puede pasar una hora, sin hacer ninguna clase
de interrupción. Pero yo, cuando medito, tengo una mala postura. Tal es así,
que el cuello me tiene a mal traer estos últimos días. Sobre todo me molestó
mucho ayer a la noche, durante la cena. Pero si es el precio que debo pagar por
tener un poco de paz, estoy dispuesto a pagarlo.
Aunque este lugar sea mucho más amplio y espacioso, que el
pabellón de hombre nuevo, no dejo de sentirme encerrado. Esta situación, está
devorándome las entrañas, pues ya no tengo más lugares para recorrer. El tiempo
ya comienza a desteñirse de blanco, como las hojas de un libro vació. En esta
historia, donde yo soy mi propio antagonista, me confesaré ante mi diario, y te
haré entrega de mi verdad. Así veo al mundo hoy. Esta es mi máscara interior,
una máscara que solo cambiará de forma, cuando la herida recibida, cicatrice
definitivamente. Armarme de coraje, haciéndole frente al mismísimo olvido, fue
el único modo de evitar un trauma, post internación. Sé que necesitaré mucho
valor, para recordar los momentos difíciles, que he atravesado desde mi llegada
a la clínica. Tal vez podría dejar mis diarios, y salir a tomar mate con mis
compañeros. Seguramente de esa manera, podría ignorar el problema, evadiéndome
de mi situación. Quizás eso haría que me sienta más aliviado. Y es cierto,
aunque no lo crean, hay muchas, pero muchas personas, en la misma situación que
yo, y lo normal para todos, es buscar el refugio en el otro. Pero yo no soy
así. Primero debo aprender a estar conmigo, para luego estar con los demás. Así
que aquí estoy, en el cuarto, escribiendo, reflexionando, y tratando de
entender cómo llegué aquí.
Por la tarde, vienen a visitarme mis padres. Lo primero que
hacen al llegar, es entregarme el ventolín para el asma. Luego nos saludamos
con un abrazo, y nos sentamos a charlar un rato. Ellos dicen que no sabían que
yo estaba buscando alquilar un departamento. Según me cuentan, pensaban que me
iba ir a vivir debajo de un puente. Esta afirmación me dejó atónito, pues me di
cuenta, de que en algunos aspectos, me conocen muy poco. ¿Cómo iba a querer
irme a vivir debajo de un puente? Es ridículo. Sin embargo, entiendo que deben
haberme visto muy mal, como para pensar así. Entonces les conté que antes de mi
internación, había ido averiguar al banco hipotecario, y al banco Ciudad, los
préstamos correspondientes, para el depósito del alquiler. Parecen no haber
entendido que yo necesito mi independencia.
Antes de la cena, me acerco a la ventana del cuarto y
observó la luna. Me gustaría alejarme de todo, me gustaría estar solo, me
gustaría estar en la luna. Realmente me cuesta convivir con los otros
pacientes, y mirarlos a los ojos. Pues cuando los miro, no dejo de sentirme
reflejado, y yo no quiero ser así. En verdad no quiero ser un loco más. Me
pregunto si a los demás pacientes, les pasará lo mismo cuando me ven a mí.
Quizás es por eso, que solo hablo con los médicos y los enfermeros. Los demás
pacientes me deben odiar, y no los culpo. A muchos de ellos ni siquiera le
dirijo la mirada. En repetidas ocasiones, he estado en el comedor dibujando, y
me he visto forzado a ignorarlos a todos. Cada vez que tratan de acercarse a
mí, y me preguntan qué es lo que estoy haciendo, los ignoro. Sé que no soy lo
que precisamente se llama, un ángel, pero tampoco soy la piel de judas. Sólo
quiero salir de acá. Deberían saber que no estoy aquí para hacer amigos. Sino
dejaría mis notas y me pondría a charlar con ellos, pero eso no me interesa,
sólo quiero salir.
Sin embargo, a pesar de todo, no me he cerrado completamente
a conversar con los demás.
Por la tarde, me quedo hablando con Alfredo en la
habitación. Alfredo tiene aproximadamente treinta años, y según me cuenta,
siente un poco de miedo. Él dice que las últimas noches, tuvo pesadillas
terribles. Él pasa la mayor parte del tiempo, en la cama. Según Ignacio y
Marcelo, dormir mucho, es un síntoma de depresión. Alfredo me cuenta que está
saliendo con una chica, y que tiene miedo de perderla, a raíz de todo lo que
está sucediendo. Yo no puedo entenderlo, dado que aquí en la clínica, no tengo
a nadie a quien perder.
Después de desayunar, estuve practicando algo de dibujo.
Encontré una habitación a la que llaman, el salón blanco. Aquí las personas se
reúnen a escuchar música, o a rezar. El ambiente es discreto, pero agradable.
Al fin un lugar aislado donde poder pensar en paz. Me encontré bastante cómodo
en esta habitación, seguramente seguiré frecuentando este salón, como una nueva
rutina, que se sumará junto con mis otras actividades. En el salón blanco, a
veces pasan música clásica con un mini componente viejo y oxidado. Yo me dejo
seducir por su lírica, volcándome sobre mi trabajo, sin hablar con nadie. Ahora
estoy contento, pues al fin pude dibujar la primera página de este cómic que
daré en llamar, "clínica neuropsiquiátrica". Debo conseguir una goma de borrar.
Ha comenzado a llover torrencialmente. Mientras tanto
Marcelo duerme profundamente. Desde mi cama, miro hacia la ventana. Siempre me
ha gustado ver llover, es una de las pocas cosas que me ayudan a dejar de
pensar. El chasquido del agua golpeando contra la tierra. El color gris de las
nubes, y los árboles sacudiendo sus hojas trémulas, como en una danza
milagrosa. Todo eso me da sueño, me da mucho sueño. Podría ponerme a dibujar,
pero no. Sería un desagradecido si lo hiciera. Hacer nada en este momento, es
una forma de darle más relevancia a los hechos, que a la historia que los
narra.
Vienen a visitarme mi hermana Julia, y mi padre Alberto. Mi
padre me dice que la medicación que estoy tomando, cuesta por lo bajo, unos
trecientos cincuenta pesos. Pero también me informa, que no debo preocuparme,
dado que la obra social, puede cubrirme hasta un setenta por ciento. Por otra
parte, la obra social, también está cubriendo la estancia en la clínica. Sin
embargo, no me cubre el total de los gastos, así que cuando me den el alta, se
debitaran la diferencia, de mi recibo de sueldo. Mi padre me cuenta que una vez
que salga de esta clínica, voy a tener que ir a un hospital de día, para
continuar con el tratamiento. Al menos hasta que los doctores, consideren que
yo ya estoy bien. Antes de irse, mi hermana me deja otro libro. Esta vez el
título es, "Cuentos de Edgar Allan Poe". Sin más, nos despedimos con
un fuerte abrazo.
He confeccionado la segunda página del cómic, sobre la
clínica neuropsiquiátrica. Me interesaría narrar el momento en el cual llegué
al mundo. Es decir, me gustaría narrar mi nacimiento. Me interesa esta
temática, porque de algún modo plantea el hecho de que yo, en ningún momento,
pude elegir nacer. Mi vida hasta aquí, ha consistido en tener que aceptar los
planteos que me imponen a la fuerza. En muchas ocasiones, he luchado contra
ellas, pero ahora descubro que la salida más fácil, está en saber aceptarlas,
para rescatar de ese modo, un nuevo saber sobre las cosas. Dejarse llevar por
la corriente, es vital para no salir lastimado. Pues como dije antes, no
podemos cambiar el curso del océano, solo podemos fluir con él.
En el salón blanco, los domingos por la mañana, se practica
misa, a través de un televisor que emite una programación cristiana. Lo cómico
del asunto fue que yo no sabía esto. Así que mientras dibujaba sentado en mi
mesa, todas las personas que estaban en el recinto, fueron acercándose hasta
mí, dejándome sus bendiciones, mientras me besaban la mejilla. El hecho está en
que voy a tener que prescindir de esta sala. Al menos durante los domingos
santos.
Creo que me estoy volviendo adicto a los alfajores de chocolate,
y a los mates. Desde que me regalaron este pack, con diez alfajores de
chocolate, que no puedo dejar de acompañar mis ratos de ocio, con su agradable
y deliciosa compañía. Qué lástima que todo lo rico engorde.
Después del almuerzo, nos tiramos a descansar. Marcelo me
dice que ya está cansado de estar en la clínica. Me cuenta que han pasado
cuatro meses desde que perdió su libertad, y que con lo único que sueña, es con
recuperarla. Mientras tanto, Alfredo se pasa la mayor parte del tiempo acostado,
pero dice sentirse mejor después de haber visto a su familia. Alfredo, en algún
sentido es como yo, pues no le gusta involucrarse con ningún paciente. Además
de los médicos, y de los enfermeros, él solo habla conmigo. En este punto, me
hago la siguiente pregunta. ¿Qué es más beneficioso para un hombre, guardar
silencio, o hablar con los demás? Aunque yo soy de las personas que prefieren
guardar silencio, estoy seguro que debe existir un equilibrio entre ambas. Yo
digo que no es ni lo uno, ni lo otro. Soy consciente de que mi problema más
grave, es no saber vivir el presente. Pienso tan a menudo, que a veces siento
como si desapareciera de la tierra. Es algo así como estar en otra parte. El
deseo de que alguien más piense en mí, me recuerda que aún sigo siendo humano.
Pero me es difícil creer que el amor es incondicional, pues, todo este esfuerzo
que me lleva escribir, está patrocinado por la esperanza de encontrar un amor
legítimo.
Capítulo 4.
Hacen sólo algunos días, que Marcelo comenzó hablar sólo. Se
pasea de un lado al otro de la habitación, hablando consigo mismo. En ocasiones
parece estar discutiendo, dado que representa dos personajes al mismo tiempo.
Con esto quiero decir que cuando uno habla, el otro le contesta. A todo esto,
yo estoy acostado en la cama, y deben ser aproximadamente las cuatro de la
tarde. Es raro verlo así, pues hasta ahora yo había estado conversando con él,
sin tener ningún tipo de problemas. De todas formas el hecho de que Marcelo
este hablando solo, no molesta a nadie, sólo despierta en mí, cierta
curiosidad. Me pregunto ¿Cómo una persona puede pasar en solo segundos, de la
mesura a la demencia? Es necesario destacar que Marcelo Sosa, ha estado al
frente de la batalla que se llevó a cabo en las Islas Malvinas. Pero como si fuera
poco, además ha sufrido la pérdida de su hija y su mujer, en un accidente
automovilístico. ¿Cómo no entender su locura, después de saber todo lo que ha
tenido que enfrentar? Dejando de lado la evidente psicosis que está
atravesando, Marcelo Sosa, es un excelente compañero. Todas las tardes tomamos
mates juntos, y charlamos de literatura. Él me lee lo que escribe y yo a
cambio, le enseño lo mío. No toda locura es ofensiva. Si tengo que ponerme
crítico con lo que escribe Marcelo, diría que da muchas vueltas sobre el mismo
concepto. Pero aquí no hay crítica que valga, pues todos necesitamos esquivar
nuestra desdicha, poniendo la cabeza en algo. Y ya no importa si lo que
hacemos, tiene un valor para los demás. Marcelo y yo, escribimos para compensar
el dolor que implica haber sido excluidos de la sociedad. Aquí en la clínica,
no hay mucho que podamos hacer para corregir eso. Escribir y meditar, son nuestras únicas
armas, y a veces esa tarea, se vuelve
casi religiosa. Sin duda envidio a Alfredo, porque puede quedarse acostado en
la cama sin hacer nada. Yo no puedo, y por lo que veo, Marcelo tampoco. Así
estamos aquí. Escribiendo para mitigar la virulencia de nuestra ingente
paranoia.
He llegado a la conclusión, que cuando uno se concentra en
su respiración, libera a la mente, del estrés segregado por la zozobra. Cuando
me siento mal, voy al parque, y me recuesto en un banco mirando al cielo. Veo a
los pájaros perdiéndose entre las nubes, y me imagino volando junto a ellos.
Luego cierro los ojos, y pongo mi atención en la respiración. Trato de retener
esa imagen, a la vez que retengo el aire. Exhalo profundamente, abriendo
lentamente los ojos. La imagen se pierde. Pero he logrado escaparme, al menos
unos segundos antes de volver a la rutina. Estar atrapado, por momentos es solo
una idea que la mente genera. Y la clave para salir, reside en la fuerza de
voluntad que uno pone para enfrentarla.
Generalmente, la comida consiste en sopa como entrada
principal, seguido de un segundo plato que puede ser milanesa con puré, pastel
de papa, tortilla de papa, etc. Finalmente, el postre, a veces es flan, o dulce
de membrillo, o mandarina, etc... Para beber hay agua, y para acompañar la
comida, pan fresco. Sin darme cuenta me estoy acostumbrando a comer mucho pan,
y ya siento la panza, como si fuera un globo. A veces, me acuesto en la cama
para escribir, y al replegar las piernas, casi no puedo respirar. Eso no me
sucedía antes, lo cual me da la pauta, de que he engordado algunos kilos.
Voy a hablar con la psicóloga Marian. Con ella vuelvo a
tratar el tema de mi internación. Después de una larga conversación, resolvemos
que mi ansiedad, y el deseo de escaparme de mis padres, han sido factores
decisivos a la hora de decidir lo que harían conmigo. También le pido
explícitamente, que considere la posibilidad de que yo, quizás no tenga ningún
problema. Me esfuerzo por hacerle ver que toda esta situación, pudo haber sido
generada, por un mal entendido. Marian me hace un ademán en señal de
aprobación, y me cita para el viernes próximo, después de la terapia
ocupacional. Antes de irme, le manifiesto mi necesidad de recuperar mi vida. A
lo que ella me tranquiliza, contestándome que pronto, tendré el alta.
Finalmente me aconseja tener paciencia, y saber escuchar a los doctores.
A la mañana siguiente, voy a hablar con Lorena, otra
psicóloga. Ella me pregunta si quiero volver unos días a mi casa, yo le
contesto que sí, claro que quiero. Ella me cuenta que los médicos me han visto
bien, y que por esa razón, es que me están dando esta posibilidad. Por otro
lado, desde que entré a la clínica, no creo haber cambiado demasiado mi manera
de pensar. Si tuviera que arrepentirme de algo, tal vez sería del modo
violento, en el que me fui de casa. Quizás, si hubiera colaborado con los
psicólogos cuando tuve la posibilidad, hoy no estaría pasando por esta
situación. Me he dado cuenta, de que no puedo culpar a mis padres, pues ellos
no hubieran tomado esta determinación, sin haber comprendido antes, que yo
necesitaba ayuda. Sin embargo, lo extraño de todo este asunto, es que a pesar
de que mis padres me ven mal, yo me siento bien. Me siento realmente bien.
Después de hablar con mis padres, ellos me dicen que yo no podía darme cuenta
de que estaba mal. En mi mundo interior todo era perfecto, pero en el mundo
real, la situación no era normal. Esto significa un problema para mí, porque yo
no puedo darme cuenta de eso. Para mí todo lo que hice hasta aquí estuvo bien.
Día miércoles. Me levanto con el vientre duro, y le pido a
Marta, la enfermera, que me de dos cucharadas de vaselina para poder ir al
baño. Aunque trato de sentarme en el inodoro, no puedo hacer fuerza, pues la
inflamación en mi vientre, es grave. No me imagino que pudo haber generado este
malestar, tal vez haya sido el pan. Menos mal que no comí el mantecól que me
trajeron mis padres. Si no probablemente me hubieran tenido que inyectar
vaselina, directamente en el traste.
Ignacio Montoya, mi compañero de habitación, me ha sugerido
que coma menos. Pues es cierto que en los almuerzos y en las cenas, lo rellenan
a uno, como a un pavo de navidad.
Si me pongo analizar mi situación, las cosas no van bien.
Sufro del asma, tengo inflamado el vientre, y para colmo, estoy encerrado en
una clínica neuropsiquiátrica. Pero no puedo quejarme, por lo menos estoy mucho
mejor que cuando estaba en "hombre nuevo".
Si quiero salir de aquí, no puedo volver a repetir el mismo
discurso que tenía antes de entrar a la clínica. Debo estar más sobrio a la
hora de hablar con los médicos. Por otro lado, pienso que el cómic que he
comenzado a dibujar, de alguna manera me ha permitido canalizar todas estas
angustias. Pues ahora, cada vez que hablo con los doctores, me siento más
entero que de costumbre.
Vienen a visitarme, mi padre, y mi hermano Miguel. Mi
hermano me habla muchísimo sobre un montón de cosas. Entre ellas, me dice que
me ve mucho mejor. También, me aconseja que lo mejor para salir de esta
clínica, es colaborar con el tratamiento, para obtener el alta, y de esa manera
dejar en el pasado toda esta situación de mierda. Pero como decirle a mi
hermano, que yo no soy de los que se olvidan de las cosas.
Luego de despedirme de mi hermano, y de mi padre, el doctor
Fulkes, me dice que es posible que me den el sábado y el domingo, para que
vuelva a mi casa. Esta noticia me pone muy contento. Me vendrá bien regresar a
mi casa, aunque solo fuera por dos días. Yo aprovecho para preguntarle al
doctor, cuáles son los motivos por los cuales me han internado. Él me dice que
mi caso es diferente a los demás, pues no se puede tener bien en claro qué fue
lo que pasó, y que la única alternativa ahora, es tratar de hacer las cosas
bien. Me dice además que una vez que reciba el alta, tengo dos opciones. La
primera, es seguir en un hospital de día, haciendo medios turnos, almorzando
allí, y teniendo sesiones de terapia con una psicóloga. Y la segunda opción, es
hacer una terapia particular tres veces por semana, con el doctor Flores. Esta
última opción, me pareció mucho más viable, pues me da cierta independencia con
respecto a mis horarios. El doctor Fulkes, cree que mi alta, puede ser a corto
plazo, pero eso dependerá de mi evolución.
Para hoy, ya he confeccionado cinco páginas más, del cómic
que estoy dibujando acerca de mi internación en la clínica. Se avecina la
noche, y en unos minutos, habrá que bajar a comer. Hacen sólo unos instantes,
Alfredo Gramajo, se fue de alta. Lo envidio, pues sin duda ha recuperado esa
vida que todos aquí dentro, queremos volver a tener. Mientras tanto, yo me lo
tomó con calma, y aprovecho esta circunstancia para continuar con el cómic.
Estoy exhausto, y no es extraño, porque lo único que hago es
ir del comedor a la habitación, y de la habitación al baño. En mis ratos
libres, que son muchos, le dedico tiempo al cómic. Creo que podría dibujar algo
relacionado, con la oportunidad de volver a casa. Después de haber estado un
mes en la clínica, esta idea merodea mi cabeza, noche y día. Seguramente en un
rato, iré a darme una ducha. Es una delicia bañarse cuando el agua, sale
caliente.
Marcelo da vueltas en la habitación, discutiendo con él
mismo. Me preocupa mucho la manera en que habla sólo, y por esa razón, he
preferido distanciarme un tiempo. Por lo menos hasta que se calme un poco.
Ahora se me agotan nuevamente las ideas, ya no sé cómo
continuar el cómic. Ayer confeccioné la página número cinco, y tengo pensado
hacer cinco páginas más, incluida la tapa y la contratapa. Pero a decir verdad,
hoy es un día, donde la creatividad, queda subyugada por la pereza. Voy
pensando cómo podría ser la página número seis. Tal vez, podría hablar sobre la
vez que estuve internado en el pabellón de hombre nuevo. Eso sí, debería pensar
muy bien, sobre cuál de todas las situaciones, me tendría que enfocar. Pues sin
duda, que tengo mucho material para trabajar. Seguramente, hoy que tengo
bastante tiempo libre, trataré de poner mi cabeza sobre el asunto. Me
conformaría con sólo dibujar dos viñetas más.
Acabo de terminar de confeccionar la página número seis del
cómic. En tres días, hice tres páginas, eso es porque estando en la clínica,
uno no tiene ninguna responsabilidad, o tarea que ocupe su tiempo. Por eso
estuve pensando mucho en Fontanarrosa, y en su clínica de dibujo rápido. De
alguna forma, decidirme por este estilo, me ayudó a solucionar varios aspectos
del cómic. En otras palabras, pude dibujar directo sobre el tamaño A4, sin la
necesidad de hacer dibujos grandes, para después reducirlos.
Salgo a caminar un rato, y rápidamente pierdo el aire. No sé
por qué me pasa esto, pero me veo obligado a recurrir al aerosol del asma, en
repetidas ocasiones. De alguna forma, estoy habituándome a vivir con el asma,
porque el clima por estos días, es mayormente húmedo. Es como si el aire, fuera
más denso y difícil de respirar. Por las tardes, me fastidia no conseguir agua
caliente para el mate, ya que es mi fiel compañía.
Ignacio Montoya me mostró sus dibujos, y me pidió que le dé
una opinión. Son algo geométricos pienso, y los colores están demasiado
saturados. En sí mismos, no dicen demasiado, pero esta opinión me lo guardo
para mí. Para no alimentar su fastidio, yo le digo que son muy interesantes. A
veces, es conveniente disfrazar la verdad, para que la otra persona escuche lo
que quiere escuchar.
Me han dado sábado y domingo, para regresar a casa. Lo
primero que hago al llegar, es tocar la guitarra. Esto me hace sentir que mis
sueños de libertad, no se han perdido aún. Más tarde, voy al baño a afeitarme,
y después bajó a comer. He pasado tanto tiempo en la clínica, que tengo la
impresión de que la casa se ha encogido, y de que todos estamos apretados. A la
mañana siguiente, me levanto, y me doy una ducha. He terminado de confeccionar
la portada de mi cómic, al cual he dado en llamar, "Clínica
neuropsiquiátrica". La portada ilustra una situación, donde yo estoy en la
habitación del pabellón de hombre nuevo, pidiéndole a Dios, que me devuelva la
libertad.
Me gustaría escribir un libro titulado, “Como salir ileso,
de una gran tragedia”.
Ayer durante la cena, sentí un poderoso dolor de cabeza,
producto de la forma desahuciada, en la que conversaba mi familia. Sin dudas,
he perdido el hábito de dialogar. Esta circunstancia, me hace dar cuenta, de
todo el tiempo que he pasado excluido, sin interacción con los demás. He
perdido la costumbre de escuchar, y ahora me encuentro más autista que nunca.
Ni bien terminé de comer, me fui a dormir con una migraña insoportable. No
quería hablar con nadie.
No pude dejar de percibir lo angustiada que estaba mi madre,
producto de toda esta situación. Por alguna razón, presiento que ella está
asumiendo su parte de culpa, pues sin duda que mi madre, fue un factor
determinante a la hora de tomar la decisión de internarme.
Acabo de terminar la página número siete del comic, donde se
narra el regreso feliz a casa de mis padres. Allí describo una situación
cómica, donde yo me quedo electrocutado, al meter la mano en una olla que
calienta agua, mediante un dispositivo eléctrico. Pueden reírse si quieren,
pues metí la mano para ver si el agua estaba caliente, y nunca consideré que el
agua, es un excelente conductor de electricidad.
Al volver a la clínica, encuentro que Marcelo sigue hablando
solo. Pero esta vez no he podido ignorarlo, así que le digo que trate de
guardar silencio, dado que yo también tengo derecho a descansar. Si querés
hablar solo, salí al jardín. No sé si te habrás dado cuenta, pero estas
molestando a los demás. Creo que fui un poco duro con él, pero era necesario.
La tranquilidad, es uno de los aspectos positivos que rescato de esta parte de
la clínica, y no es justo que esto deba perderse, por culpa de la locura de
Marcelo. Mientras tanto, voy pensando cómo resolver la página número ocho del cómic.
Tengo algunas ideas, pero aún nada en concreto.
Marcelo me pregunta, si está internación, no me hacía sentir marginado.
Yo le digo que no, pues hay gente viviendo en la ciudad, que está mucho más
enferma, que algunos de los que estamos aquí. Marcelo Sosa, es el modelo
perfecto de vagabundo o linyera. Dice y habla incongruencias, repitiéndose en
toda su temática. Yo estoy preocupado por la manera que tiene de contestarse
así mismo. Por eso guardo distancia, para evitar ser víctima de una simbiosis
inoportuna.
Tal vez la página ocho del cómic, podría hablar sobre
Marcelo Sosa. No sería mala idea.
Por la mañana, el profesor de gimnasia, me obliga a jugar al
básquet. Seguramente el doctor Riva le pidió que lo hiciera. Dado que él sabe
bien, qué yo paso la mayor parte del tiempo, encerrado en la habitación. Así
que no tuve más opción, que ir a ver de qué se trataba. El juego consistía en
formar una fila frente al aro de básquet, y al llegar el turno, lanzar al aro,
desde la línea de libres. Claro que no existía la línea de libres, sólo lo digo
como alegoría, para que puedan ilustrar la imagen. Aquel que lograra embocar,
seguiría tirando, y ganaba el que más libres pudiera sumar. El juego era
extremadamente aburrido, y los pacientes se colaban en la fila, para volver a
tirar más rápido. Aquí nadie respeta nada. Pero tengo que reconocer, que me
hacía falta un poco de actividad física al aire libre. Después de darme una
ducha, llamó a mi padre por teléfono, y le pido un sacapuntas, una birome, y un
desodorante. Tuve que hablar rápido, dado que tenía pocas monedas. Antes de que
se corte, alcanzó a decirme que si no venía mañana por la mañana, iba a venir
por la tarde.
Capítulo 5.
¿A quién pudiera importarle una persona, que oscila entre el
caos y la locura? La respuesta es que a nadie. En cambio, todos se acercan,
cuando de esa persona brota el orden, pues decir orden, es decir virtud,
inteligencia, astucia, sensibilidad, prestancia, humildad, responsabilidad,
destreza, en fin. Un capo. Cuando una persona es coherente, es mucho más simple
que los demás se acerquen. Yo no puedo negar que en algún punto, mi mente es un
caos, pues aún no he logrado encontrar el orden. Es por esa razón, que nadie se
interesa por mí. Claro que no estoy hablando de mis familiares, ellos siempre
tienen un amor incondicional para ofrecerme. Me refiero a los otros. En
general, ninguna persona desearía abordar a un sujeto incoherente, que está en
conflicto permanente consigo mismo. Es similar a lo que me pasa a mí con
Marcelo. Lo veo hablar sólo, y me preocupa, por esa razón me alejo de él. Al
menos lo relegaré, hasta que se calme un poco. Me alejo de él, porque no quiero
que me lastime. Lo mismo deben pensar las otras personas, cuando se alejan de
mí. Ser ignorado, es también una forma de exclusión. Pero no puedo quejarme,
dado que yo hago lo mismo con Marcelo.
Hablé con el doctor Riva. Me dijo que mañana, iba a hablar
con mis padres, para tramitar mi salida de esta clínica. Esto me pone muy
contento, pues al fin recuperaré mi vida, y volveré a pasear por las calles de
Buenos Aires. De todo esto rescato, que ahora puedo darle a mi libertad, un
valor que antes no tenía.
Aún me falta la página ocho del cómic. Con un poco de
suerte, es posible que la dibuje en la tranquilidad de mi casa.
A la mañana siguiente, soy el último en levantarme. Irma me
prepara un mate cocido con dos porciones de pan. Pero aun así, me encuentro
insatisfecho. Así que vuelvo a la habitación, y me preparo un mate. Mientras
tomo un amargo, voy pensando que a lo largo de mi vida, siempre tendré una hoja
en blanco para escribir. Eso me da cierta seguridad. La hoja en blanco, nunca
le exige a uno, poner algo en ella, sólo está ahí, por si la necesitamos. Yo la
necesito ahora.
Por la tarde, me viene a buscar el profesor de gimnasia para
jugar al vóley. Si bien no tengo muchas ganas de hacer deportes, no tengo más
opción que ir, pues el doctor Riva sigue insistiendo en que lo haga. Si fuera
por mí, me quedaría en esta habitación encerrado. Pero creo que el doctor, ya
se ha dado cuenta de que tengo la tendencia a recluirme. Lo que más me
sorprende de este tipo de vóley, es que se puede agarrar la pelota con las
manos, y además, se puede hacer un autopase para lanzar directamente. Aburrido.
Viene de visita mi padre. Me dan la noticia de que en dos
semanas más, tendré el alta. Esto me pone muy contento, pero es muy rápido para
festejar, pues aparentemente, voy a tener que tomar la medicación de por vida.
La cuestión destroza por completo mi orgullo, pues siempre creí que mentalmente
estaba sano. Pero no permitiré que esto me desanime, pues en poco tiempo más,
recuperaré mi libertad.
Voy pensando en confeccionar la página número ocho del
cómic. Ya tengo el dato de que en catorce días, me estarían dando el alta
médica. Así que la próxima página, bien podría ser el cierre de esta historia.
Me duele todo. Debería hacer un poco de gimnasia. Los días
jueves hay fútbol, pero yo no quiero tomarme esta internación, como si fueran
unas vacaciones de verano. Prefiero quedarme en la habitación, y tomar unos
mates con Marcelo, mientras ahogamos nuestras penas hasta vaciar el termo.
Me levanto de la cama, y me voy al comedor. Ya no soporto
oír a Marcelo hablar sólo. No puedo creer que hable, y se conteste así mismo.
Me he esforzado por tratar de entenderlo, pero ya no aguanto más. Lo que no
comprendo es como cambió tan repentinamente. Hace un rato estábamos tomando
mate y charlando de lo más bien, pero de pronto, comenzó a caminar alrededor de
la pieza, haciendo un monologo achacoso. Yo me quedé un rato escuchándolo, para
tratar de entender de qué se trataba el asunto. Aparentemente, uno es un
sargento de mal carácter, que le da órdenes a un soldado sometido, que se compadece
así mismo, por su mala fortuna. Heavy. Lo que no entiendo, es que Marcelo ansía
más que nada en el mundo, salir de la clínica. ¿Pero cómo piensa lograr que los
doctores le den el alta, si no hace el más mínimo esfuerzo por tratar de
aparentar lucidez? Yo creo que más allá
de todo lo que él dice, en el fondo, tiene miedo de vivir solo. Unas horas más
tarde, Marcelo se sienta en la cama, y se queda mirándome. Me dice que le duele
mucho la cabeza. Entonces yo le digo. Como no te va a doler, si te la pasaste
hablando solo durante horas. Él me dice que el médico se lo recomendó para
regular la psicosis. Yo aprovecho este breve espacio de sobriedad, para pedirle
que cuando sienta la necesidad de hablar sólo, se vaya a dar una vuelta por el
jardín. Marcelo se queda en silencio.
En lugar de Alfredo, ha llegado un nuevo paciente. Su nombre
es Jorge, y es un hombre de unos sesenta años aproximadamente. Es un sujeto
extraño, camina excesivamente lento, y pide ayuda hasta para ponerse las
medias. De seguro que Jorge no vive sólo. No hay que ser muy perspicaz para
darse cuenta de eso. Mientras tanto, yo voy programando las cosas que haré una
vez que salga de aquí. Lo primero será seguramente, terminar este cómic. Y
seguidamente buscaré un departamento para poder estar solo.
Al fin ha llegado el gran día. Mis padres me han pasado a
buscar por la clínica. Me he levantado primero que todos y me he dejado las
valijas hechas. Antes de irme, estuve charlando un rato con el doctor Riva. Él
me ha dicho que siga con el tratamiento, para evitar volver a pasar por esta
situación. Después de este castigo, antes de reaccionar agresivamente, sin duda
lo pensaré dos veces. Al llegar mi padre, me saluda con una palmada en la
cabeza. No estoy enojado con él, pero las cosas no están como para fingir que
no ha pasado nada. Justo cuando me estoy yendo, Marcelo se cruza en el camino,
y se queda mirándome. Parece estar triste por mi partida. ¿Ya te vas?, me
pregunta. Si, ya me voy, le digo. Le extiendo la mano, pero él me da un abrazo.
Fue un gusto conocerte, me dice. Para mí también, le digo. Mis padres me tocan
bocina desde el coche. Así que esto es todo. Agarro mis valijas, y me voy sin
mirar atrás. Marcelo es un buen tipo, y yo puedo perdonar su locura. Pues
entiendo por lo que tuvo que pasar. Nadie hubiera salido completamente ileso,
de una situación como esa. Pero bueno, ahora hay que pasar la página. El camino
será largo y espinoso. Y aunque estoy contento con mi partida, sé que mis
próximos días, los pasaré intentando comprender como fue que llegué aquí.