Ya no sé lo que hacer con mi vida. Estoy intentando resolver
todas las cosas que me provocan inquietud. Para nombrar algunas de mis
debilidades, quisiera empezar por la más terrible. La necesidad de comprar. A
eso le siguen mi debilidad por las mujeres, y por último la más famosa, la
necesidad de comer carne animal. Todas ellas despiertan en mí un deseo
incontenible, que resulta prácticamente imposible de soportar. Bueno, cabe
mencionar que justo en este momento, ha de haberse cortado la luz. Esto gira
completamente el sentido de lo que quería contarte. No me apena estar a
oscuras, lo que más me preocupa, es que si para mañana no hay luz, voy a tener
que tirar mucha comida a la basura. Afortunadamente no todo es tan malo.
Mientras escribo a la luz de la vela, puedo ver desde mi ventana, los primeros
rayos de una tormenta que anticipa ser muy fuerte. Me gustaría salir al balcón
para verla mejor, pero pensándolo dos veces, mejor me quedo aquí, no vaya a
ser cosa que me caiga un rayo en la cabeza, y me quede seco en el piso. Mientras Zoe
come en la cocina, yo tengo la suerte de estar en compañía de un moscato. Una
bebida con algo de historia para mí, dado que es la misma que tomábamos con
Javier Tobares, por aquellos años en el teatro de la ribera. Luego el tiempo y
sus vicisitudes terminarían por separar lo que hasta entonces parecía una buena
amistad. La verdad es que haciendo una breve retrospectiva, no tuve suerte con
mis amistades, pues si hubiera continuado con ellas, quizás no estaría
escribiendo esto que aquí menciono. Sabes, aunque parezca un tanto evasivo,
creo que a veces no está de más que se corte la luz. Sobre todo porque en lo
particular es un buen momento para contemplar nuestra dependencia electrónica.
Perezosamente estamos conectados a una realidad que muchas veces nos aleja de
nosotros mismos. Sin luz y con tormenta, podría parecer una combinación algo
romántica ¿no lo crees? Sobre todo porque la felicidad es mucho más grande
cuando todos comparten una misma miseria. Me detengo a observar el cielo, y a
escuchar la inquietud que poco a poco se va apoderando de la gente. Las
sirenas, los vehículos, y el ruido de los técnicos que intentan resolver el
problema. Poco a poco, me dejó seducir por estos vejámenes, tomando en cuenta
que imprevistamente ha comenzado a llover. Desde el comedor, saboreo el
moscato, y consideró la probabilidad emborracharme. A través de este
comportamiento precoz e inmaduro, me
resulta imposible no sensibilizarme con el asunto. Es por eso que a pesar de mi
supuesta desgracia, nada de todo lo ocurrido, me resulta desafortunado. Pues
gracias a este vino dulce que voy degustando, mis penas no tienen más remedio
que aceptar la tregua. Ahora entiendo porque en su etiqueta lo llaman
oportunamente, vino generoso. Y es que parece como si estuviera hecho con miel.
Tan dulce y cautivador, como aquellos besos de la mujer que añoras. Me prohíbo
caer en falta, pero a no ser que regrese la luz, es muy probable que acabe por
terminarme la botella. Originalmente antes de que suceda esto, mi propuesta era
la de combatir activamente en contra de mis debilidades. Pero si bien reconozco
mis intenciones de no volver a comer carne, también es cierto que no por
reprimir un deseo, llegaré a ser un mejor ser humano. En tiempo real, ya ha
dejado de llover. Aún se oyen los motores del generador que da luz al sanatorio
del barrio. Mientras tanto yo contemplo mi desafortunada existencia, a través
de la literatura y el vino. Sabes Juan, hasta aquí no me siento tan
desgraciado. Pienso que en términos generales, estas vacaciones no fueron tan
mezquinas. Lo único que continúa intrigándome, es el objetivo que vine a
cumplir. Por eso pregunto. ¿Cómo podría serle útil a la humanidad, si pierdo la
gratitud hacia esta vida que me han dado?
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