Si en la soledad no existiera el dolor, ni tampoco la incertidumbre, seguramente para muchos, sería un estado ideal para sentarse a meditar. Sin embargo, la realidad nos hace deducir que si estas fueran las condiciones, ya no podríamos calificarla con el nombre de soledad. Estaba pensando, que hay pesares en la vida, cuya función, pocas veces alcanzamos a comprender. Así que con un poco de fe en mi espíritu, trataré de revelar el misterio que aqueja a las almas atormentadas, iguales a la mía. Quien sabe, quizás mi tratado, le sirva de ejemplo a algunos de los locos que acechan por aquí. Pero bueno, ya basta de introducciones tediosas, y dediquémonos al análisis, que sin dudas es lo que importa.
El dolor en el alma de un hombre, no siempre es un castigo, a veces resulta ser un mérito alcanzado a través de una búsqueda interior, con el único fin, de hallar la verdad de las cosas. Es por esta razón que me encuentro tan reacio a querer abandonar mi situación de sólo. Y aunque muchas veces mi psicólogo, me ha insistido en que no debo renunciar a la amistad, dado que siempre existen personas que están a tono con los pasatiempos e inquietudes de uno, yo no estoy del todo seguro en querer transitar por ese sendero, pues en ese caso dejaría de estar en este lugar, para pasar a estar en otro lado. Consideren que las diferencias entre un sitio y otro, pueden ser tan disímiles, como el contraste entre el negro y el blanco. Más aún, viéndolo desde un costado optimista, la amistad sólo serviría para atenuar un poco el dolor, pero en ningún caso me ayudaría a comprender el porqué de este padecimiento. Siendo objetivo con lo dicho, deduzco que toda esta incertidumbre, quedaría atrapada por siempre entre dos signos de interrogación, que con el tiempo, se irían traspapelando cada vez más, entre otro tipo de cuestiones mundanas, que por lo pronto, no son las que me interesan investigar. Por todo esto, y a pesar de mi escepticismo, hace tiempo que he decidido quedarme de este lado. Pues aunque nadie me ayude a cargar con el peso de mis preguntas, el camino se hace más emocionante aún, cuando pienso que, en algún momento, al llegar a destino, obtendré mis tan ansiadas respuestas.
Pero vayamos hacia la esencia de toda gran soledad. El tiempo libre. No es necesario aclarar que cuando uno tiene tiempo libre, lo primero que se pregunta es, ¿qué debo hacer ahora? Bueno, rápidamente se me ocurre una respuesta que no hace distinción entre ninguno de nosotros. Cuando tenemos tiempo libre, deberíamos tratar de hacer todas aquellas cosas que no hacemos cuando estamos ocupados. Pero esto no es tan sencillo de asimilar. Aunque no nos demos cuenta, una de las tantas consecuencias de vivir en un mundo que privilegia al hombre rico, por encima del hombre pobre, es que poco a poco, nos vamos transformando en caníbales descerebrados, que se devoran unos a otros, para obtener un poco de fama, y así poder trepar en nuestra clase social. Este discurso sostiene que el reconocimiento y el poder económico, resuelven todos los problemas medulares que acechan a la gente. Ellos, al igual que la mayoría, piensan con absoluta seguridad, que solo obedeciendo el alegato popular, serán considerados, mejores personas. El Gran Hermano, es un ejemplo actual de esto que señalo. Por eso aquí queda demostrado, que es mucho más fácil seguir la voluntad común, que la propia. En relación con lo dicho, mi abuelo siempre se esforzó, por hacerme entender esta pequeña oración... Lo que cuesta, vale, decía. La gente ha desarrollado un hábito poco saludable, y plenamente perezoso a la hora de tomar decisiones. Pues ya no deciden por sí mismos, sino que esperan a que otros, les digan lo que deben hacer y pensar. En muchos de mis diarios anteriores, he nombrado a la desesperación, como principal síntoma de esta dependencia, que la mayoría tiene, hacia una voz ajena, que por supuesto, nunca podría reemplazar la importancia de la voz propia, por más grave que sea el desgaste. Figúrense que si esto llegara a suceder de forma masiva, cosa que no creo, se acabaría la diversidad de opinión, y ya no sería posible, lo que hoy conocemos como arte. Por suerte, y aunque a mí también me afecta esta cuestión, he comprendido que existe una virtud igualmente contraria, capaz de curar esta degradante enfermedad. Esa virtud, es la paciencia. Créanme que si puedo explicarlo en estos términos tan ilustrativos, eso es porque hubo un tiempo en mi vida, en el que caí envenenado, por la negativa de suponer, que nunca encontraría la cura al escepticismo y a la incredulidad, al menos no mientras permaneciera con los brazos cruzados. Irónicamente, eso es lo que hago ahora, permanecer de brazos cruzados. Aunque muchos no lo lleguen a entender nunca, solo de esta forma he aprendido a armarme de paciencia. Por eso ahora me río, me río por el mismo motivo por el cual otros lloran. Pues a diferencia de ellos, yo sé, que si logro superar mi desesperación, actuando con paciencia, tarde o temprano, obtendré mi premio. Si estudias en profundidad esto que digo, te darás cuenta de que existe una explicación lógica, para cada una de las emociones, que atraviesan al ser humano.
Muy bueno
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