Yo seguiría siendo quien soy, si no fuera porque aún siguen
estando conmigo, los que buscan un mañana. Si imagino la escena, es alentador
pensar que en mi empresa, no cabe considerar lo que irradia amor, pues tengo un
nombre. Soy lo que descubro en mi voluntad y en mi decisión, y escribo arriba
de un colectivo, para olvidar mi desdicha. Pero ya no quiero preocuparme, sólo
deseo sentarme del lado izquierdo, donde mejor pega el sol. Me he percatado de
que hallar tu vientre es lo que me propongo. Y sé que no podría encontrarlo sin
tu sonrisa. A veces suelo perderme en esos largos días, pero qué bien me siento
al pensar que estoy yendo a buscarte. Tomó agua de a ratitos, pero nunca llegó
a saciarme. Te busco alrededor de mí, pero sólo escucho motores. Contemplo el
movimiento de una grúa, y entiendo que hay fuerzas que se someten a otras aún
mayores. Quizás esté teniendo otro de mis delirios. O tal vez esté obnubilado, arrasado
por el viento como un viejo árbol desvencijado. Este es mi trabajo ahora, no
puedo entender lo que se propone. Sin embargo alguien me acompaña sin hacerme
preguntas. Sólo sin cuestionamientos, puedo escribir sin interrupciones. Es por
eso que creo que la salida continúa más adelante, hacia donde la imagen se
borronea. La forma que vez allí, es sólo una transmutación, una expresión sin
teoría, impulsada por ese vientre místico que pretendo alcanzar. Más allá estás
tú, me ves, y yo te veo. Allí vas sorteando barreras como pozos de aires que
flotan sobre un follaje muerto, en una cascada, que se expande con debilidad.
¿Quién viene a visitarme en el ocaso de mi reflexión? ¿Quién te ha dado permiso
para entrar por esa puerta, que antes de que yo lo supiera, estaba cerrada? El
viaje está llegando a su fin, y ya no quedan pájaros cantando. Pues a esta hora
se sabe que ya nadie los escucha. Por eso no perdamos más tiempo, y ya que has
venido hasta aquí, comienza a danzar junto a los niños de aquel jardín. Pero
recuerda que mientras el cielo tome decisiones, mi puerta se mantendrá cerrada.
Danza con los niños en el jardín, debes saber que es la escena favorita de
nuestro Buda. Diviértete y no te preocupes, pues él nos protege. No busques la
entrada, ni mucho menos la salida, sólo déjate caer por mi ventana. Sostente en
el aire y habla con tus demonios, el santo patriarca que vive en tus sueños,
dibujará un gran árbol para que puedas caer sin hacerte daño. Al llegar allí,
podrás recoger los más deliciosos frutos, siempre y cuando haya sol y viento en
tu cara. Mezcla el perfume que te has puesto, con el agua fresca que desprenden
sus hojas, y entra en la cueva para escuchar la profundidad de un verdadero
silencio. Luego llama al Ogro que allí reposa, y pídele que guíe tu camino. Al
finalizar la experiencia, podrás ver las montañas. Sigue adelante y ve hacia
ellas como puedas. Detrás de todo ese tupido bosque, sé hará muy extraño
distinguir su forma, pues aparecen poco a poco, sobre la constelación de un
águila franca, que alguna vez fue un hombre como tú.