Repasando mis viejos diarios me doy cuenta de algunos temas
que creo importantes mencionar. En primer lugar es muy fuerte la probabilidad
de creer que todas las conclusiones que viví con anterioridad, tuvieron una
cuota de franqueza. En cada una de las experiencias que atravesé, hubo un sentimiento en concreto que motivó
todas y cada una de mis decisiones a lo largo de la historia. Todas las
enseñanzas hasta aquí recibidas, fueron dadas por estas instancias que no por ser
pasadas, han dejado de ser válidas. A veces cuando me siento angustiado, llego
a pensar con facilidad que todo lo dicho hasta el momento fue un error. Es en ese
punto donde dejó de creer en todo lo que fui, y por lo tanto también me niego a querer aceptar lo
que soy. Sé que es muy probable que mi verdad te resulte antinatural, pero si
bien no estoy cerrado al amor, mis experiencias con mujeres, me han llevado a
descubrir cierta incompatibilidad entre la convivencia y el dialogo interno. En
otras palabras, cada vez que me ponía de novio, mi sensación era la de estar
renunciando a un deber mayor. No creo poder describir con exactitud cuál es
este deber del que hablo, pero intentaré al menos hacer el esfuerzo. Bien. Para
empezar cuando estamos en pareja con una persona, entramos en una instancia
decisiva, donde generalmente cambiamos el foco de atención hacia el otro.
Particularmente cada vez que inicié una relación, tuve la esperanza de poder
sustituir las bondades de un diario, por una experiencia más lineal e
inmediata, como lo es sin dudas el diálogo conyugal. Es así como volqué toda la
sinceridad de mis escritos, hacia este pequeño y humilde ser con quien yo
compartiría mis horas de intimidad. Le hablaba de mis miedos, de mis proyectos,
de mis defectos, y por qué no de mis cualidades. En fin, le hablaba de todo
aquello que hasta entonces escribía en mis diarios. Fueron tres las personas a las
cuales les abrí mi corazón. Sin embargo no importaba de qué mujer se tratase,
ya fuera linda, fea, inteligente, o ignorante, mi sensación sobre el asunto,
era que algo de todo esto no encajaba. Comencé a darme cuenta que por más
sincero y franco que pudiera ser con mi pareja, la devolución final, no era la
misma. Y es que los diarios guardan una porción de mí que no se filtra bajo
ningún tipo de subjetividad. En otras palabras, la experiencia ganada en mis
diarios, vivía atemporalmente junto con la evolución de mi existencia.
Interiormente siempre tuve muy en claro que no por ser joven e inmaduro, me
encontraba desprovisto de sentido común. Podemos ser más o menos incongruentes
en nuestras palabras, pero siempre la verdad es una sola. Posteriormente, a
esta crisis se le fue sumando mi paulatina necesidad de diálogo interno, de
análisis, y de reflexión. Con el tiempo se fue haciendo evidente que para poder
convivir y sostener en el tiempo esta relación, tendría que sacrificar mucho de
lo que hasta entonces había hecho. ¿Cómo llegar a sentirme libre, haciendo a un
lado los ratos de ocio, malestar y silencio? Mientras me preguntaba esto, un
fuerte deseo ponía en crisis mi estabilidad. Yo sabía que para poder tener una
opinión formada de dichos asuntos, primero tendría que hacer la experiencia.
¿Pero cómo encontrar la verdad, si entonces ya no puedo recibir con objetividad
la respuesta que espero encontrar?
Muchas veces cuando hablamos con el otro, se filtran
situaciones y contextos que bien pudieran ser trascendentales para entender lo
que necesitamos saber. Es por esa razón que jamás pude renunciar a mi diario. Pues aun habiendo sido absolutamente defectuoso, dentro y fuera de
cada una de mis experiencias, siempre existió una verdad. La del corazón.
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