¿Si sacrificamos a los animales para poder comer, por qué
está mal visto que el hombre se sacrifique a sí mismo para qué otros puedan
comer de él? Tú te preguntarás ¿pero quién pudiera alimentarse de un hombre?
Pues no sé si pueda responder esa pregunta con exactitud, lo que sí puedo
asegurar es que el hombre transmite nutrientes, no sólo de sus pensamientos,
sino además de su estado emocional. No toda comida es materia sólida. El hombre
también genera un alimento que es en todo necesario para la vida en la tierra.
Ese alimento del que hablo existe en abundancia, y son los mismos sentimientos
que se forman al estrechar lazos, tanto entre los suyos, como entre
otras especies. Como alguna vez dije, no sólo somos seres receptivos, sino que
además somos transmisivos también. En este sentido yo creo firmemente, que el
dolor ayuda a fomentar la sensibilidad, tanto como puede hacerlo la alegría.
Para ilustrarlo de forma más clara, imagina lo que ocurre cuando te lastimas.
Primeramente sientes dolor, y sales de tu estado de comodidad. Luego pasas un
tiempo en cuarentena, y finalmente cuando te curas, ingresas nuevamente a tu
normalidad. Ese cambio de una instancia a la otra, produce una sensación de
placer por contraste. Antes estábamos mal y ahora estamos bien. Esto restaura
por completo nuestras energías, pues en temas como la salud, solo comenzamos a
valorar después de haber perdido. Así es como aprendemos a resistir cualquier
enfermedad, pues sabemos que en la mayoría de los casos, el tiempo nos
devolverá tarde o temprano la salud que hasta entonces tuvimos. En el caso de
quienes buscan generar placer es distinto, pues al acabarse el goce, caen
bruscamente hacia su normalidad. Lo cual implica una depresión anímica, que
muchas veces se vuelve tan intolerable, que el sujeto acaba por reincidir en el
hecho. He aquí el porqué de las adicciones. Cualquiera que alguna vez haya
tenido una experiencia gratificante, sabe muy bien todo lo difícil que resulta prescindir
de ella. Por eso sin extenderme demasiado en el análisis, diré que esta breve
reflexión solo intenta ejemplificar, estos dos patrones de comportamiento que
gobiernan la voluntad del hombre. De ninguna forma me propongo juzgar si alguna
de las dos posturas es la correcta. Sólo señalaré mi ejemplo, como un probable
practicante del dolor. En el caso de quienes sufrimos, bien vale la pena
aclarar que cualquier malestar que pudiéramos tener al respecto, bajo ninguna
condición se relaciona con un flagelo voluntario, o represivo. El dolor
independientemente de si lo estemos buscando o no, tarde o temprano llega. Y es
por esa razón que agonizar es propio de cualquier forma de vida que se digne a
sobrevivir en este mundo. En otras palabras, negar la agonía, es negar la vida.
Por esa razón, todo dolor y sufrimiento que padecemos naturalmente, se
transforma en placer al momento de sanar y curar nuestras heridas. Así que todos aquellos que se precien en adorar el bienestar, también deben
tener en cuenta que el sufrimiento y la agonía forman parte de un mismo
proceso.
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