Me siento un poco estúpido abriendo mi diario sin saber cómo
explicar esto que siento. Supongo que aunque no lo quiera reconocer esta es la
función que cumplo. No creo ser indiferente a todo lo que ocurre, dado que mal
o bien mi experiencia también contribuye a interpretar la función del hombre en
la tierra. Si bien a nadie le importa saber de mí, debo reconocer que a mí
tampoco me interesa saber de los demás. Cada quien sabrá juzgar su
comportamiento. No soy un mal tipo, aunque a veces tomo decisiones equivocadas,
no por eso soy una mala persona. No voy a negar mi ineptitud en determinadas
áreas, pero así como no niego esto, tampoco dejó de reconocer mis cualidades.
No soy todo lo brillante que quisiera ser, pero mientras el tiempo siga
trayéndome respuestas, continuaré con lo dicho. Voy a reconocer que tengo un
poco de miedo por esto en lo que me estoy convirtiendo. Tal vez debería volver
al curso de dibujo, estoy seguro que eso me ayudaría a evadirme un poco de mis problemas. Pero no creo que lo haga, pues no se puede ser profundo en la
palabra, si entonces el dolor desaparece. Ahora mismo me estoy dando cuenta de
cómo la miseria de vivir humildemente, nos ayuda a formar un criterio válido
para opinar sobre el inagotable dilema que implica estar existiendo en un
cuerpo destinado a desaparecer. Si me preguntarán por qué reivindicó el dolor
del hombre, les diría que mi voz tiene más fuerza cuando se apoya sobre la
sinceridad de un sentimiento legítimo. A veces no me resulta tan terrible el
hecho de llegar a la muerte, dado que si entonces encontrara una razón válida
para hacerlo, quizás podría desprenderme sin recelos. Sufrir es horrible y por
supuesto que en su mayoría nadie quiere padecerlo. Pero entonces díganme,
¿acaso se puede cuestionar el valor de aquellas personas que han sido
sentenciadas a vivir bajo estos condicionantes? Todos sabemos que las personas
que lloran a los desdichados, son las mismas que ignoran y marginan a otras
tantas que se encuentran en condición de calle. De cualquier forma, no es lo
mismo llorarse así mismo, que llorar a los demás. Hay una diferencia sutil. Uno
padece, mientras que el otro compadece. Más allá de todo lo que perece, hay
determinadas experiencias que duran para siempre. Por eso el ser indiferente a
tales cuestiones, demanda un costo altísimo para quienes pretenden alcanzar la
verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario